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jueves, 6 de enero de 2011

ANGE-FRANÇOIS CASABIANCA - UNA GUERRA DESCONOCIDA: LA CAMPAÑA DEL CHACO BOREAL (1932-1935) - TOMO I / Texto: PRESENTACIÓN DEL CHACO BOREAL / Editorial El Lector, 1999



 UNA GUERRA DESCONOCIDA:
LA CAMPAÑA DEL CHACO BOREAL
(1932-1935)  - TOMO I
Traducción para este volumen
CRISTINA BOSELLI

ANGE-FRANÇOIS CASABIANCA 1999,
Editorial El Lector
Telefax: 498 384 (Asunción)
Diseño de Tapa: Ca'avo-Goiriz
Compaginación y Armado de Página: Fátima Benítez
Tirada: 1.000 ejemplares
ISBN 99925-51-24-0
Hecho el Depósito que marca la Ley 94
Impreso en el Paraguay - Printed in Paraguay
Asunción, 1999 (386 páginas)


INTRODUCCIÓN

Se ha dicho que «la paz es el sueño de los hombres, pero la guerra es la historia de los hombres». Es por eso que la guerra, por más condenable que sea, sigue siendo un acontecimiento de carácter constante en el tiempo y en el espacio, ya se trate de la guerra entre naciones o de la guerra en la nación, que es la civil o de religión. Probablemente la única que escapa a esta ley es la Confederación Helvética, desde su «paz perpetua» con Francia después de la batalla de Marignan. Aparte de ese caso, no hay Estado o nación en el mundo que pueda jactarse de haber podido, en un momento dado de su existencia, evitar hacer la guerra o soportarla.
Su carácter de repetición y de generalización hace de la guerra un fenómeno de orden a la vez humano y social que, en tal carácter, concierne a la historia, cuya polemología se convirtió en una rama. Rama considerada secundaria durante mucho tiempo, por limitarse a la simple exposición de los acontecimientos de orden militar, lo que la hacía parecer más propia de los técnicos que de los historiadores. Pero que se transformará en rama plena y entera de la Historia cuando el estudio de una guerra se extenderá al estudió de sus causas y de sus consecuencias, lo que implica examinarla no solamente bajo el ángulo de la estrategia sino también desde el punto de vista ideológico, político, diplomático, social, económico, financiero y demográfico.
Historiadores e investigadores se ocuparon abundantemente del estudio de las guerras en todos sus aspectos, a partir de la primera guerra mundial. En primer lugar, las llamadas tradicionales, porque enfrentan a dos Estados o a dos coaliciones de Estados, que han tenido a Europa como escenario desde la más alta Antigüedad. Luego, las guerras de carácter colonial, menos numerosas que las anteriores pero en las que participaron, sin excepción, los principales Estados europeos. Finalmente, en la medida en que su resultado influiría sobre la situación mundial, los conflictos que se desarrollarán fuera de Europa, como las guerras de Independencia y de Secesión de los Estados Unidos o la guerra ruso-japonesa de 1904-1905.
No parece, sin embargo, que las numerosas guerras que América Latina conocerá después de la emancipación de la colonización luso-hispánica hayan despertado el mismo interés. Lo cual es válido en primer lugar para nuestro país, donde esas guerras sólo han sido abordadas en el marco de la historia general del país concernido o en estudios de alcance limitado.
Esta constatación nos ha llevado a pensar que podría ser interesante orientar nuestro esfuerzo de investigación sobre esta parte de la historia mundial. Y orientamos nuestra elección hacia la guerra que opondrá durante tres años, de 1932 a 1935, a Bolivia y el Paraguay por la posesión del Chaco Boreal.
La guerra del Chaco será, con la de 1864-1870 llamada de la Triple Alianza, donde el Paraguay combatirá la coalición formada por la Argentina, el Brasil y el Uruguay, la más larga y la más sangrienta que conocerá el Continente Sudamericano. Las enseñanzas que podemos sacar en el campo militar no aportarán ciertamente innovación en materia de estrategia o de táctica. Pero su mayor interés reside en el hecho de que reunirá cierto número de aspectos particulares, sin originalidad en sí mismos, pero cuya conjunción en el seno de un mismo conflicto no debe encontrarse sino en raras ocasiones. No nos lanzaremos a la recapitulación y la exposición de todos esos aspectos particulares, ya que irán apareciendo a medida que avanza nuestro estudio, pero detallaremos brevemente en esta introducción los que nos parecen más significativos.
En primer lugar, la novedad del tema, cuya elección ha sido hecha al término de una búsqueda de documentación que nos ha probado que jamás había sido objeto hasta el momento, en Francia y aún en Europa, de un verdadero estudio exhaustivo en el sentido definido anteriormente. Fuera de Europa, sólo hemos encontrado una obra correspondiente a un estudio exhaustivo, del norteamericano Zook, profesor de historia militar en la Academia del Aire de los Estados Unidos, a quien sin embargo se puede reprochar una simpatía evidente por la causa de uno de los beligerantes y cierta antigüedad, puesto que apareció en 1960. En Bolivia y en el Paraguay, la guerra del Chaco será evidentemente objeto de muy numerosas publicaciones, pero a menudo se trata de testimonios de los que, lo menos que se puede decir, es que son por parte de sus autores, obras de autosatisfacción o de crítica de terceros en el plano estrictamente militar. Se puede no obstante extraer de esta abundante literatura para utilizarlas, las «Memorias» del Mariscal paraguayo Estigarribia, publicadas por la Universidad de Texas, a pesar de la presentación completamente personal que su autor hace de los sucesos, la voluminosa «Guerra del Chaco» hecha por el coronel chileno Vergara Vicuña a pedido del Estado Mayor boliviano y concentrada únicamente sobre las operaciones, finalmente el «Masamaclay» del diplomático boliviano Querejazu Calvo, más completo porque aborda igualmente los aspectos político y diplomático, y más reciente por haber sido publicado en 1965 y haber sido objeto de varias reediciones.
El aspecto más curioso de la guerra del Chaco se encuentra en el hecho bien establecido de que los dos beligerantes se internaron a ciegas en una región de la que el geógrafo francés Denis decía en 1927, apenas cinco años antes de las hostilidades, que «...el Chaco boliviano sigue siendo casi desconocido»...». Este desconocimiento del terreno, engendrado por la ausencia total de puntos de agua en el desierto que forma la parte principal del Chaco, se remonta a la época colonial. El mismo proseguirá durante largos años, para Bolivia en razón de la lejanía de ese territorio, para el Paraguay a causa del aislamiento total del mundo exterior al cual lo sometieron sus dirigentes hasta la última parte del siglo XIX.
Se puede decir, por otra parte, que una de las causas de la guerra residirá en un equívoco de orden juridíco. La aplicación del acuerdo establecido en 1810 bajo el nombre de «uti possidetis juris», entre los nuevos Estados surgidos de las posesiones americanas de España, atribuirá el Chaco a Bolivia en calidad de sucesora de la Audiencia de Charcas. Pero este acuerdo reposaba sobre una base frágil, porque los límites de las circunscripciones españolas en tierras desérticas nunca habían sido definidos con precisión y variarán en diversas oportunidades en la época de la Colonia. Sin embargo, Bolivia sostendrá hasta el fin este acuerdo, aun cuando las razones de lejanía que acabamos de mencionar y las convulsiones de su vida política, le hayan hecho descuidar el Chaco durante años. Por el contrario, siguiendo el ejemplo del Brasil, el Paraguay que era vecino del límite oriental del territorio, se internará poco a poco en el Chaco y pretenderá su posesión a título de «uti possidetis de facto» que su poderosos vecino el Brasil sustituirá progresivamente al «uti possidetis juris». Se verá al Paraguay, a partir de comienzos de siglo, emprender en nombre de esta nueva teoría una penetración en el Chaco remontando el río Pilcomayo que es su límite meridional, mientras que Bolivia, respetando el acuerdo de 1810, descenderá por el mismo río. El choque de ambos ejércitos era inevitable.
En el campo de la preparación del ejército, Bolivia recurrirá a la Alemania Imperial, luego de una corta estadía de una misión francesa sin carácter oficial. Tanto la misión enviada por Berlín cómo los instructores alemanes contratados individualmente luego de la primera guerra mundial, se dedicarán mucho a más a los detalles de la instrucción del soldado boliviano que a la instalación y a la formación de un verdadero comando y al establecimiento de un plan de movilización y de concentración del ejército. Durante la guerra, el general alemán Kundt, que lo comandará durante cierto tiempo, se obstinará en buscar en un territorio desértico el éxito por la ocupación del terreno y tratará de obtenerlo por medio de ataques frontales análogos a aquellos en los que había participado en el frente ruso en la primera guerra mundial. El Paraguay, por su lado, apelará a una misión militar francesa y enviará a sus mejores oficiales a perfeccionarse en Europa y sobre todo en Francia. En el terreno, sus jefes adoptarán una táctica más conforme a las condiciones locales, basada en la experiencia de las guerras coloniales francesas, que consistirá en actuar con unidades ligeras extremadamente móviles con el objeto, como lo preconiza Clausewitz, de «buscar el encierro y la destrucción del adversario, más que la ocupación del terreno». Se puede decir en consecuencia que la guerra del Chaco será la confrontación de dos escuelas y de dos doctrinas. Acarreara por otra parte, la participación de elementos sin ninguna preparación física para la lucha en baja altitud. Estos serán los indios bolivianos, que fueron bajados de su Altiplano de cuatro mil metros, y que efectuarán en gran parte a pie un recorrido de mil quinientos kilómetros para llegar a la línea combate. Muchos de ellos perecerán por incapacidad de adaptación o deshidratación, en una zona desértica y hostil donde el calor podía aún alcanzar los 40 grados centígrados a la hora del crepúsculo.
Uno de los aspectos más extraños de esta guerra se encontrará en su contexto diplomático, que asumirá un aire de «corte florentina» del Renacimiento, con sus traiciones, reniegos y perjurios por parte de los Estados vecinos de Bolivia y del Paraguay. Todos, interesados por una razón u otra por el diferendo que separaba a los dos países, declararán sin embargo al comienzo su neutralidad total y su intención de intervenir sólo con el objeto de ayudar a un arreglo pacífico y equitativo. Pero Chile y Perú, inicialmente favorables a las pretensiones del Paraguay en la medida en que ellas obligarían á Bolivia a acallar sus reivindicaciones territoriales con respecto ellos, provocarán el enclaustramiento casi total de Bolivia. Luego, cuando la guerra tomará un cariz desfavorable para esta última, no vacilarán en dar media vuelta y cerrarán los ojos al tránsito de armas por sus puertos, que les procuraba fructíferos dividendos, y a la partida de sus nacionales hacia el campo boliviano. La Argentina, también oficialmente neutral, jamás modificará su actitud oficial. Pero no será más que una neutralidad de fachada, porque los muy importantes intereses económicos que tenía en el Chaco la llevaran, a lo largo de todo el conflicto a apoyar abiertamente al Paraguay en todos los campos y a declarar unilateralmente que la guerra terminaba «sin vencedores ni vencidos», cuando la suerte de las armas parecía inclinarse a favor de un ejército boliviano reconstituido, contra el cual el Paraguay sólo podía oponer soldados en el límite de sus fuerzas y en un estado cercano al descalabro colectivo. La actitud de la Argentina valdrá a su Canciller Saavedra Lamas el Premio Nobel de la Paz.
El último, y probablemente el más importante, de los aspectos que evocaremos; será el de las relaciones, en cada país beligerante, entre el Ejecutivo y el Ejército durante el desarrollo de la guerra. Estas relaciones deberían haber sido similares, porque la Constitución boliviana, así como la del Paraguay, preveía que, en caso de guerra, el Presidente de la República se ponía a la cabeza de las fuerzas armadas en su carácter de «Capitán General». El Presidente Salamanca, en Bolivia, exigirá, desde el inicio, asumir esta función y, aberración de su parte, querrá dirigir las operaciones sobre el terreno desde su despacho de La Paz. Esta actitud acarreará entre su persona y los jefes del ejército en campaña una continua oposición, salpicada de inejecución de las órdenes que él daba y de insubordinación permanente de parte de los militares. Se creará entonces, entre el Ejecutivo y el Ejército, un estado de tensión que culminará, en plena guerra, con el derrocamiento del Presidente por el ejército, situación que no dejará de tener influencia en las operaciones en curso, y de la que se puede decir que no se encuentra con frecuencia en la historia mundial. Por el contrario, en el Paraguay, el Presidente Eusebio Ayala tendrá la prudencia de renunciar de facto a su papel de «Capitán General», y de dejar, para todo lo que era puramente militar, el campo libre a su alto comando, con el cual mantuvo las mejores relaciones a todo lo largo de la campaña.
Con todo lo interesante que pueda ser, por sus diversos particulares aspectos, la guerra del Chaco, no deja de ser sin embargo, en el plano histórico, el último eslabón de una seguidilla de acontecimientos que se sitúan a todo lo largo de la historia, antes y después de su acceso a la independencia, de los dos adversarios.
Esta es la razón por la cual nos ha parecido necesario, para una comprensión total del tema, ocuparnos igualmente de estos acontecimientos. Lo que nos condujo a dedicar la primera parte de nuestro estudio a lo que fueron la vida política y la vida social de Bolivia y del Paraguay desde la lejana época de la Colonia española hasta el momento de las hostilidades, y sus repercusiones sobre el origen y el desarrollo del problema del Chaco.
Pensamos igualmente que, al término de este estudio, el lector, como nosotros, quedará convencido de la inutilidad de esta guerra larga, costosa e inhumana en el «infierno verde» del Chaco, en la cual el hombre tendrá que luchar a la vez contra el adversario y contra una naturaleza donde el hambre y la sed reinarán soberanos.

 

CAPÍTULO I

PRESENTACIÓN DEL CHACO BOREAL

El Chaco Boreal permanecerá en la historia de América Latina por haber sido sucesivamente el teatro, durante la Colonia, de una política sistemática de exterminación de su población autóctona por el conquistador español y, en una época más reciente, que es la que nos interesa, del conflicto más largo y probablemente más mortífero de todos los que conocerá el continente latinoamericano desde su acceso a la independencia.
Forma la parte septentrional de una vasta extensión plana, instalada en el corazón de la parte centro-meridional de América del Sur y conocida bajo el nombre de «Gran Chaco». Se prolonga hacia el sur por el «Chaco Central», entre el río Pilcomayo y los ríos Teco y Bermejo, luego el «Chaco Austral», entre los ríos Bermejo y Salado. El Chaco Central y el Chaco Austral pertenecen a la Argentina, mientras que el Chaco Boreal está actualmente repartido entre Bolivia y el Paraguay.
Dando por sentado que el término «Chaco» empleado en adelante en nuestro estudio se refiere únicamente al Chaco Boreal, que constituye su objeto, examinaremos sucesivamente en una presentación sucinta de este territorio su localización geográfica, su superficie, su hidrografía y su orografía, lo que ha sido su población indígena en el trascurso de los siglos y la población no india en la época de los hechos, finalmente, el origen y la etimología del término «Chaco».

LOCALIZACIÓN GEOGRÁFICA

Zona árida y salitrosa de tierras bajas cuyo acceso es difícil para el hombre en razón de la naturaleza del terreno, el Chaco se sitúa aproximativamente entre los 18 y 25 grados de latitud sur y los 57 y 63 grados de longitud oeste. Geográficamente está limitado por cuatro ríos, algunos de los cuales no poseen el carácter de permanencia que se encuentra en sus homólogos de Europa.
Al norte, el río Otuquis o Tucavaca, que prolonga la serranía de Santiago de Chiquitos y desemboca en la zona pantanosa de los bañados de Otuquis.
Al este, el río Paraguay, nacido en la provincia brasilera de Mato Grosso y que desemboca en el río Paraná luego de un recorrido de alrededor de 2600 kilómetros. En la época de los acontecimientos que nos interesan, formaba, por lo menos nominalmente, la frontera occidental del país del mismo nombre con Bolivia.
Al sur, el río Pilcomayo, nacido en la zona andina, en la región de Potosí y de una longitud de aproximadamente 900 kilómetros, que confluye con el río Paraguay hacia el paralelo 25 y en consecuencia a la altura de Asunción. En la época de los hechos, formaba la frontera sur-este que separaba a Bolivia de la Argentina.
Al oeste, por fin, el río Parapití, nacido en la región petrolífera de los Andes y sólo de 200 kilómetros de longitud, que atraviesa la parte oriental del Departamento boliviano de Santa Cruz de la Sierra, antes de perderse, en dirección norte, en los pantanos de los «bañados» del Izozog.
Enclavado entre Bolivia oriental, una corta franja de territorio brasilero, el Paraguay, la Argentina, y de nuevo Bolivia en su parte sur-este, se puede decir que el Chaco se presenta como un triángulo isósceles cuya base sería el Parapití, los ríos Pilcomayo y Paraguay los lados, y cuya cima se encuentra en el paralelo 25, cerca de Asunción.

SUPERFICIE

En razón del desconocimiento en el cual se mantuvo la existencia del Chaco, por motivos que expondremos, durante siglos, es difícil aún en nuestros días determinar la superficie con precisión.
En un artículo de agosto de 1932 publicado en noviembre del mismo año en la revista francesa «La Géographie», la cifra de 280.000 km2 «aproximadamente» fue avanzada por el Sr. J. Vaudry (1), Ingeniero de Artes y Manufacturas y antiguo «Ingeniero de delimitación de las fronteras de Bolivia» con la Argentina y el Brasil. Otro artículo del mismo autor publicado en el número de noviembre de 1936 de «La Géographie» (2) y en el cual pasa revista a los diversos tratados de límites negociados entre 1879 y 1891 por Bolivia y el Paraguay, atribuye al Chaco una superficie ligeramente superior, ya que la establece allí en «alrededor» de 300.000 km2.
Esta segunda cifra nos parece corresponder mejor a la realidad, si nos referimos a la repartición efectuada entre los beligerantes al final de las hostilidades y a la superficie territorial del Paraguay después de esa repartición.
El historiador paraguayo Rubén Bareiro-Saguier (3) indica en una excelente obra de síntesis sobre su país, que la superficie del Paraguay es actualmente de 406.752 km2. En consecuencia, si nos referimos al coronel boliviano Jorge Antezana Villagrán (4), autor del primer estudio profundo de la guerra del Chaco en el plano militar que apareciera en Bolivia, esta superficie había sido reducida a 167.727 km2 al término de la guerra de la Triple Alianza (1864-1870), que vio la derrota y el desmembramiento del Paraguay por una coalición formada por la Argentina, el Brasil y el Uruguay. La sustracción de dos cifras permite establecer en 239.025 km2 la parte del Chaco que correspondió al Paraguay al término del conflicto objeto de nuestro estudio.
Se puede relacionar el producto de esa sustracción del total obtenido adicionando las superficies respectivas de los departamentos XV, XVI, XVII, XVIII y XIX que constituyen el Paraguay actual, departamentos que se sitúan en su totalidad al oeste del río Paraguay y formaban parte, en consecuencia del antiguo Chaco!

- XV «Presidente Hayes» (capital: Pozo Colorado) 84.000 km2
- XVI «Alto Paraguay» (capital: Fuerte Olimpo) 37.000 km2
- XVII «Chaco» (capital: Mayor Pablo Lagerenza) 36.000 km2
- XVIII »Nueva Asunción» (capital: Gral. Garay) 46.000 km2
- XIX «Boquerón» (capital: Doctor Pedro Peña) 44.500 km2

es decir una superficie de       247.500 km2

La ligera diferencia entre las dos cifras se explica por el hecho de que, en el momento de la guerra, el Paraguay ya ocupaba en el Chaco, de facto ya que no de jure, dos angostas franjas de terreno situadas la una en la parte septentrional (región Bahía Negra-Fuerte Olimpo) del territorio reivindicado, la otra en su parte meridional a la orilla del río (región de Villa Hayes).
Otra indicación nos es proporcionada por el coronel paraguayo Luis Vittone (5), en un mapa anexado a la obra que el dedicó a ciertos episodios resaltantes de la guerra. Este mapa divide en tres zonas el teatro de las hostilidades en el momento del «alto el fuego»:

- Zona controlada por el Paraguay al inicio de la guerra - 110.700 km2
- Zona adjudicada al Paraguay por protocolo del 21/7/1938 - 121.950 km2
Territorio adquirido por el Paraguay : 232.650 km2
- Zona sometida a arbitraje por protocolo del 21/7/1938 - 31.500 km2
Territorio total : 264.150 km2

Finalmente, en una obra más reciente, el historiador suizo Théo Buss (6) establece en 245.000 km2, la pérdida territorial del Chaco sufrida por Bolivia.
En conclusión, diremos que si se tiene en cuenta que lo que Bolivia conserva en nuestros días es una parte minoritaria del Chaco, difícilmente evaluable, porque se halla repartida entre sus tres departamentos de Santa Cruz de la Sierra, Chuquisaca y Tarija, se puede evaluar por fin la superficie global del Chaco, tomando la segunda de las cifras propuestas por el Ingeniero Vaudry, a saber 300.000 km2 «aproximadamente», superficie que equivaldría a la de la República del Ecuador.

1) J. Vaudry: «Le conflit entre la Bolivie et le Paraguay», revista «La Géographie», París, nro. de noviembre de 1932, p.275-280.
2) J. Vaudry: «La Guerre du Chaco et le protocole de paix», revista «La Géographie», París, nro. de noviembre 1936, p.125-134.
3) Rubén Bareiro-Saguier: "Le Paraguay", Edition Bordas, París 1972, p. 5-9
4) Coronel Jorge Antezana Villagrán: «La Guerra del Chaco (hasta Campo Vía)», Amigos del libro, La Paz 1979, tomo 1 p. 67.
5) Coronel DEM Luis Vittone: «La Guerra del Chaco-Aspectos y Episodios sobresalientes», Imprenta Militar, Asunción 1964, mapa nro. 1


HIDROGRAFÍA Y OROGRAFÍA

Se encuentra confirmación del desconocimiento que se tenía del Chaco antes de la guerra en el capítulo correspondiente de la obra de Pierre Denis sobre América del Sur (7), publicada en 1927 bajo la dirección de los grandes geógrafos franceses Vidal de Lablache y Gallois «
«...Al sur de Santa Cruz y de las colinas de Chiquitos, el Chaco Boliviano sigue siendo casi desconocido, salvo en su borde occidental, a lo largo de la ferrovía de Santa Cruz a Yacuiba que corre al pie de las cadenas sub-andinas. La planicie aluvial, al Este de las Sierras se encuentra aquí a una altitud de 600 a 800 metros y desciende regular y rápidamente hacia el Este. Al sur del río Grande, el Pilcomayo es el único río cuyas aguas no son absorbidas por la arena. Líneas de dunas, fijadas en parte por la vegetación, cubren la capa de limo cerca de la desembocadura de los pasajes que atraviesan las sierras sub-andinas. La selva de hojas caducas de las vertientes se extiende por partes hasta la llanura y allí alterna con la jungla. La región sub-andina está habitada por los Chiriguanos, de origen guaraní, buenos agricultores convertidos en parte por las Misiones franciscanas. La colonización pastoral progresa de norte a sur a lo largo de los Andes, y se extiende al este sobre la orilla norte del Pilcomayo, apoyándose en los puntos de agua del borde de las sierras.
Al Este del camino de Santa Cruz a Yacuiba, la escasez de puntos de agua permanentes, más que la hostilidad de las tribus, ha retardado la exploración. Las tentativas por abrir rutas hacia Puerto Pacheco sobre el Paraguay han sido vanas. La llanura ofrece cuatro tipos de vegetación distintas que alternan sin que se encuentre aún la ley que explica está repartición: el monte denso de espinas y de cactus, algunas mimosas en los bosques, las praderas y los palmerales.
La única información positiva disponible es la existencia de depresiones de suelo salado, a 150 km al sur de las colinas de Chiquitos. Las tribus indias chorotis, matacos o ashluslays, viven de la recolección y de la caza, así como de sus cultivos...».
Recordemos que en esa época, la totalidad del Chaco se encontraba bajo la jurisdicción nominal de Bolivia, tal es así que Pierre Denis no hará ninguna alusión en el capítulo de su obra dedicado al Paraguay. Pero para este último, el conocimiento del Chaco no estaba mucho más avanzado que en Bolivia, a pesar de la presencia en el territorio de una población sedentaria alógena constituida por algunos pastores de la iglesia evangélica, y por cierto número de colonos pertenecientes a la secta llamada de los Mennonitas, de los cuales trataremos más adelante. Es por eso que las hostilidades se iniciarán sin que los beligerantes dispongan de más documentación topográfica que algunos pocos croquis de alcance geográfico limitado, que los responsables de los fortines bolivianos o paraguayos establecían para su comando.
El territorio del Chaco es sin embargo mejor conocido desde entonces, por el hecho de la guerra y de las consecuencias que ella acarreará en todos los campos, aún en el de la cartografía. Es por eso que, a fin de completar la descripción dada por Pierre Denis, distinguiremos en nuestra presentación las tres zonas que constituyen el Chaco, la zona fluvial orientar, la zona fluvial occidental, y la zona central.

(6) Théo Buss: «La Bolivie sous le couperet», Editions Pierre-Marcel Favre, Lausanne 1982, p. 111.
(7) Pierre Denis: «Amérique du Sud» (2éme partie), tomo XV de la «Géographie Universelle», publicada bajo la dirección de P. Vidal de Lablache y L. Gallois, Librería Armand Colin, París 1927, p. 337 y siguientes.


LA ZONA FLUVIAL ORIENTAL

Entendemos que este vocablo designa a la región que limita al oeste con la orilla derecha del río Paraguay.
El geógrafo paraguayo Hugo Ferreira Gubetich (8) presenta esta zona que parte del río Paraguay en dirección sur y corresponde «grosso modo» a la parte oriental del actual departamento «Presidente Hayes» y a la franja del departamento «Alto Paraguay» que tiene orilla sobre el río del mismo nombre de Bahía Negra a Puerto Casado como un paralelepípedo recto. Este tendría como aristas laterales, por una parte el curso del río Paraguay de Bahía Negra a su confluencia con el río Pilcomayo cerca de Asunción, al este; por la otra parte una recta que parte de Bahía Negra y alcanza perpendicularmente el río Pilcomayo en la parte media de su curso, en el oeste.
Su primera parte, que tiene una longitud de 250 a 300 km a partir del río Paraguay forma un campo inmenso cuya altitud varía entre 100 y 300 metros, sembrado de grupos de árboles espinosos, que los combatientes llamarán «islas» o «isletas» según la importancia numérica de los árboles, de los bosques de pequeña extensión y de los vastos palmerales, todo esto en medio de pantanos, lagunas y arroyos.
El subsuelo provee agua fresca y sabrosa, porque la zona está irrigada por cierto número de ríos, todos ellos orientados hacia el suroeste y afluentes del río Paraguay. Entre ellos los principales, de norte a sur, son el río Alegre, el Yacaré, el Carpincho, el San Carlos, el río Verde, el Montelindo, el río Negro, el Aguaray Guazú y el Confuso. De una longitud que va de 275 km para el río Verde a 550 km para el río Confuso se trata de cursos de agua de carácter permanente, pero de caudal demasiado débil para ser navegable fuera de las crecidas. El más importante y el más meridional es el río Pilcomayo, de aproximadamente 2000 km de longitud y que, en 1932, formaba sobre 425 km desde Villa Montes, el límite de separación nominal sureste entre Bolivia y Argentina.
La irrigación y las lluvias relativamente frecuentes cuyo promedio anual oscila entre 1000 y 1900 mm, hacen de la zona fluvial oriental una región ganadera de vastos «cañadones» o campos abiertos de pastura, palmerales y grandes bosques de maderas apreciadas, como el quebracho rojo o blanco del cual se extrae el tanino, el algarrobo o el sándalo. El clima es allí subtropical, situándose la temperatura anual promedio en 23 grados centígrados.
Además del quebracho, el algarrobo y el sándalo, la flora comprende árboles cuya madera se utiliza en carpintería, como el ybiraró, el paratodo o el cedro, palmeras y plantas espinosas.
El reino animal ofrece una variedad todavía más grande. Entre los animales atraídos por el agua, para abrevarse, y por el ganado, para alimentarse, se encuentra el tigre, el gato salvaje, el zorro, el coatí, que es un carnívoro cazador de lagartijas y de insectos, la comadreja, el capybara o cabian, el sapo-búfalo, el jabalí, el tatú, así como el ciervo y el mono. Entre los pájaros, se encuentra el loro, la paloma, el pato salvaje, el pájaro carpintero, la urraca, pero también el buitre, el caracará, que es un pájaro de presa, el gavilán, y pájaros acuáticos como la garza, la cigüeña o el avestruz. Entre los insectos, la tarántula que es una araña de ocho patas de longitudes diferentes que se desplaza a una velocidad extraordinaria, el tábano y la garrapata. Entre los reptiles, el yacaré o caimán, el camaleón, la iguana verde, y toda suerte de serpientes: la «acá curuzú» , la «ñacaniná» y la « ñanduriré» cuyas mordeduras pueden ser mortales, la víbora, la boa, cuya longitud puede alcanzar 3 a 4 metros, el crótalo. Finalmente, en el curso inferior del río Pilcomayo, las «pirañas», peces antropófagos que vienen del río Paraguay, atraídos en masa por el olor de sangre que transporta la corriente.
Más allá de 250 a 350 km desde el río Paraguay y sobre una profundidad de150 a 200 km. el terreno cambia de fisonomía y deja lugar a los bosques. Azufrada y pobre en humus, la tierra no produce más que bosquecillos de plantas bajas y espinosas, y el agua que sale del subsuelo es tan amarga y salada que no puede ser bebida, aún por aquellos afectados de una sed extrema. Si el suelo, recubierto de una capa escamosa, puede parecer a primera vista consistente y sólido, se hundirá indefectiblemente bajo el peso de los camiones y de los cañones remolcados en el curso de las operaciones militares, y la tierra se transformará en polvo fino y enceguecedor. La lluvia formará, durante semanas, o meses, sobre cientos de kilómetros, un barrizal espeso y pegajoso, mientras que en la época seca, el polvo levantado por el viento y los vehículos en movimiento recubrirá árboles y fortines, impregnando los pulmones de los humanos tanto como los engranajes de sus relojes, las piezas de los motores o los resortes de las armas. Por el contrario, el agua es allí muy escasa, y sólo se encuentra en huecos naturales, en la estación de lluvias.

La zona fluvial oriental ha sido objeto de reportajes por parte de dos periodistas franceses. Enviado del diario «Le matin», Léo Gerville-Réache (9) llegará al Paraguay en mayo de 1932, y en con secuencia durante el período inmediatamente anterior al conflicto. En automóvil, luego a caballo, atravesará la zona oriental para alcanzar en el Chaco Central los puestos militares paraguayos de Isla Poí, Fortín Boquerón y Fortín Nanawa, nombres que mencionaremos frecuentemente en nuestro estudio. Visitará igualmente, de paso, las colonias rurales de Laubenheim, Waldheim y Filadelfia, fundadas por los mennonitas.
El segundo periodista, Gilbert Stiebel (10), enviado en 1933 al Brasil para seguir sobre el terreno la revuelta del Estado de San Pablo contra el Estado Federal por cuenta de un diario cuyo nombre no menciona, llegará seguidamente al Paraguay donde las hostilidades ya se habían iniciado, lo que le impedirá efectuar un periplo tan importante y variado como el de su predecesor. Llegará no obstante hasta la zona fluvial oriental por el Pilcomayo y hasta avanzará más allá, ya que será recibido en el Cuartel General del Ejército en Campaña del Paraguay. Su reportaje también es interesante, pero presenta un interés menor que el de Gerville-Réache desde el punto de vista orográfico, porque está más centrado sobre la exposición de los antecedentes históricos y de los hechos del momento, que sobre la descripción de los lugares.

(6) Théo Buss: «La Bolivie sous le couperet», Editions Pierre-Marcel Favre, Lausanne 1982, p. 111.
(7) Pierre Denis: «Amérique du Sud» (2éme partie), tomo XV de la «Géographie Universelle», publicada bajo la dirección de P. Vidal de Lablache y L. Gallois, Librería Armand Colin, París 1927, p. 337 y siguientes.
 (8) Hugo Ferreira Gubetich: «Geografía del Paraguay», La Colmena S.A., Asunción 1969, p. ,58 y 353.
 (9) Léo Gerville-Réache: «Le Désert d'Eméraude», Editions de la Nouvelle Revue Critique, Paris 1932, p. 14-15, 99-106, 130, 134, 197.
(10) Gilbert Stiebel: «Terres Brúlantes», Editions Baudiniére, Paris 1935, passim.


LA ZONA FLUVIAL OCCIDENTAL

Constituye el territorio limítrofe, al oeste, de los últimos contrafuertes orientales del macizó andino o « Serrámas», pequeñas cadenas montañosas, que descienden gradualmente en dirección este desde 1000 metros a una serie de ondulaciones que terminan en la zona de llanuras bajas secas del Chaco Central.
Situada entre los 63 y 62 grados de longitud oeste, forma hacia el norte y el nordeste un apéndice que se extiende hasta el grado 58 de longitud oeste, bordeando las pequeñas Serranías de San José de Chiquitos, Santiago y Sunsas, dominando la terminal del Otuquis, y el grupo de lagos pantanosos o «bañados» formado por los lagos Uberaba, Mandioré y Gaiba, cuyas aguas se dividen entre Bolivia y el Brasil. Es la región de los Chiquitos, en Bolivia oriental, que termina en dirección este en el curso superior del río Paraguay y en el puerto fronterizo boliviano de Puerto Suárez, separado de la ciudad brasilera de Corumbá por la «Laguna Cáceres». Ella será explorada desde Corumbá hacia 1930 por el periodista británico Julian Duguid, quien actuaba a la vez para el «Daily Telegraph» y el «Financial Times», pero también para el Foreing Office que le había encargado redactar un informe sobre las condiciones de vida de eventuales colonos británicos que serían allí instalados, informe que proporcionará a Duguid uno de los más grandes éxitos de librería de la época (11).
En sus partes central y meridional, la zona fluvial occidental está bordeada al oeste por la importante Serranía de Aguaragué, que atraviesa el río Parapití, y la Serranía de Incahuasi, y al sur, desde Villa Montes, por el río Pilcomayo. Entre los ríos Parapití y Pilcomayo, se encuentra una sucesión de «cerros», colinas onduladas y cubiertas de bosques que están separados entre sí por pasajes que constituyen tanto acceso a la montaña propiamente dicha y a la zona petrolífera entre Nancorainza y Camiri. Allí es donde se sitúan las aglomeraciones de Charagua, Boyuibe, Cuevo, Machareti, Camatyndi, Tarairi, que son los principales puntos de paso obligatorio y el teatro de combates encarnizados en el último período de la guerra.
El curso de agua más importante es el Pilcomayo, que desciende de los Andes en dirección sudeste para alcanzar en Villa Montes la región baja, que atravesará hasta las proximidades de Asunción. La irregularidad de su lecho, aunque ancho, sobre todo en la parte media de su curso, caídas o rápidos llamados «cachuelas» así como otros obstáculos naturales, hacen prácticamente imposible la navegación sobre una gran parte del río que, en 1932, solamente constituía, sobre cerca de 500 km en el medio de su recorrido, una vasta extensión de fango fétido que ofrecía el aspecto de una esponja inflada con agua. Por eso sólo era accesible sobre cortas distancias y para pequeñas embarcaciones, salvo en su parte terminal donde forma el ancho «curiche» de los Esteros de Patiño y se divide en tres ramas, antes de desembocar en el río Paraguay. Además del Pilcomayo, se puede citar el río Parapití - cuyo nombre significa «aguas de la muerte»  en dialecto quechua que desciende también, de los Andes y que tiene su desembocadura en el Chaco, corre hacia el este en una serie de amplias curvas, luego se desvía, en dirección nordeste y norte, hacia los «bañados» del Izozog. El lecho del Parapití se seca en la estación seca, mientras que, en la de las lluvias, las crecidas y la violencia de la corriente lo hacen impracticable para todo tipo de navegación.
De norte a sur, la zona fluvial occidental se caracteriza primeramente por una sucesión de «curiches» o pantanos intermitentes, ricos en yacimientos salinos. Luego se encuentra, paralelamente a las Serranías, una zona de valle con colinas planas de vegetación espinosa que desemboca en una sabana boscosa de monte bajo y enmarañado, formada en parte por anchos «pajonales» o campos abiertos y de espesos bosques, donde eran practicados la cría de bovinos y el cultivo del maíz, del arroz y de la caña de azúcar. Finalmente, la cuenca del Pilcomayo es un territorio de vegetación esencialmente xerófila, donde, como lo señalaba Pierre Denis, abundan plantas raquíticas y espinosas, plantas bajas igualmente espinosas, pero también el cactus, la acacia y el algarrobo. Aunque el suelo predominantemente arenoso casi no se presta al cultivo, se encontraba igualmente en la cuenca del Pilcomayo maíz, algodón, tabaco, cacao, nuez moscada, así como plantas oleaginosas tales como la soja, el maní, el tártago y el girasol.
El clima de la zona occidental es primaveral, con una temperatura media que varía entre 22 y 19 grados centígrados, salvo en cortos períodos invernales donde los vientos fríos venidos de la Argentina traen viento y lluvia y hacen descender la temperatura a - 3 grados.
La flora y la fauna no difieren casi de las de su homólogo oriental. Conviene sin embargo agregar, en la región de los pantanos y del Pilcomayo inferior, los mosquitos, que se lanzan por millares sobre todo ser en movimiento con el fin de chuparle la sangre, sobre todo si es tan rica en glóbulos rojos como la de los rudos montañeses aymarás o quechuas enviados a la zona baja desde sus altiplanos andinos.
En la víspera de la guerra, la infraestructura de las comunicaciones se reducía a poca cosa, tanto en la zona fluvial occidental como en la oriental.
Era sin embargo, probablemente, más avanzada y apta para responder a las necesidades de un ejército en campaña, al este que al oeste, en razón de la existencia en la zona oriental, de vías férreas estrechas y material Decauville, que jugarán un papel en la concentración en el Chaco del ejército del Paraguay. En número de cuatro, estas vías férreas habían sido realizadas para y por cuenta de empresas extranjeras que explotaban el quebracho. Tres de ellas, partiendo respectivamente de Puerto Guaraní, Puerto Sastre y Puerto Pinasco, sobre la orilla derecha del río Paraguay, en dirección oeste, tenían una longitud que no sobrepasaba algunas decenas de kilómetros, habiendo sido la última de estas vías férreas construida por el trust norteamericano American International Products Cy. La cuarta de estas vías, perteneciente a la empresa argentina Carlos Casado Ltda., era de lejos la más importante, porque se extendía a lo largo de 145 km de Puerto Casado a Punta Rieles, en el límite del Chaco Central, y se prolongaba en su parte final en dirección al oeste, por una ruta empedrada de 60 km.
Al occidente y en consecuencia en la zona de administración boliviana, no existían más que algunas rutas arenosas, luego embarradas en la estación de lluvias, como la que partía de Villa Montes en dirección norte, luego noroeste para alcanzar Charagua, en las Serranías, o la que fuera pomposamente bautizada «vía de penetración hacia el Chaco» a lo largo del río Pilcomayo sobre los 425 km que bordeaban entonces la frontera argentina. El coronel boliviano Alfredo Peñaranda Esprella (12) que tomó esta «vía de penetración» para volver al frente, cuenta en sus recuerdos que necesitó diez días en camión para recorrerla de punta a punta.
Es por eso, por lo menos en esa época, que los desplazamientos en el Chaco sólo eran efectuados sobre cortas distancias, a veces en pequeñas embarcaciones fluviales y, generalmente, a caballo o a pie según el rango militar o de fortuna, por las «picadas», anchos senderos en el monte igualmente accesible para los camiones, que la ingeniería militar abría en la maleza al ritmo de un metro de vía por minuto. Pero también se podía circular, como lo hará Gerville-Réache (13) para alcanzar Fortín Boquerón después de haber abandonado en Isla Poí el vehículo automotor que le había conducido desde
Puerto Casado, como lo harán numerosas veces los beligerantes, abriéndose en la espesura una «senda» o sendero a golpes de machete, especie de sable pesado y corvo que combina a la vez la hoz y la cimitarra, característico de las regiones tropicales de América Meridional.

(12) Coronel Alfredo Peñaranda Esprella: «Don Chaco», Editorial Don Bosco, La Paz 1964, p. 26, 28 y 33.
(13) Gerville-Réache, op. cit., p. 125 y siguientes.


LA ZONA DEL CHACO CENTRAL

Revelada solamente por los acontecimientos de los cuales será teatro principal, el Chaco Central comienza más o menos a 450 km al oeste del río Paraguay, para extenderse en dirección oeste sobre una profundidad de 150 á 200 km. Está formado por una meseta de colinas arcillosas, sin solución de continuidad entre ellas y que no sobrepasan 100 metros de altura, el aerismo seco ha reemplazado al aerismo húmedo, lo que acarrea la ausencia de cualquier corriente de agua organizada. Bareiro Saguier nos dice que «... esta zona que es casi una estepa, se caracteriza por un suelo seco, arenoso, y por una vegetación escasa donde abundan las plantas espinosas y donde las hojas son raras y raquíticas...» (14). Hay que agregar un clima riguroso con temperaturas que varían entre + 43 y -5 grados centígrados y un promedio de lluvias anuales que oscila entre 900 y 600 mm., lo que ha valido al Chaco Central entrar en la historia cómo el país del barro, del calor y de la sed y recibir el calificativo de «infierno verde».
En esta región semidesértica, recubierta de bosques espinosos, salpicada de pequeños montículos o «islas» cuya altura sobrepasa raramente los 50 pies, poblada de árboles bajos y también espinosos, el suelo está recubierto por una capa prácticamente impermeable. Tanto es así que, el agua de lluvia desaparece sin penetrarlo y lo transforma en la estación de lluvias, en pantanos casi infranqueables, donde abunda el anófeles, mientras que en la estación seca, el agua se evapora de los valles y no es raro tener que recorrer 60 km y más antes de encontrar el menor rastro de agua.
Si el clima hace que la flora sea prácticamente inexistente, fuera de la palmera «cusi» que predomina en las «islas», la fauna es por el contrario abundante. Gerville-Réache la describe como «...una fauna más temible por sus minúsculos insectos que por sus pumas y tigres... Serpiente de cascabel, araña venenosa, polvorín, que es un mosquito infinitamente pequeño y temible, hormigas voraces que salen en batallones apretados para atacar al hombre perdido en el monte... y las fiebres: viruela negra, fiebre amarilla...» (15). Cita igualmente «... ese gigantesco y sucio topo que es el tuca-tuca, que cava verdaderas galerías en el suelo, los buitres...Las garrapatas son pequeños animales horribles del tamaño de un chinche que, armadas de terribles pinzas, introducen la cabeza en la piel y se llenan de sangre, provocando una infección... Los piques son pequeñas pulgas que entran debajo de la piel, y más especialmente bajo la uña, donde echan sus huevos. La infección resultante es, no solamente la más dolorosa que existe, sino que necesita una intervención quirúrgica para no ser mortal... Los tigres, las pirañas en las lagunas, son muy temidos, así como los grandes zorros amarillos que los indígenas llaman «tigres», y que son tan temibles como los jaguares, las serpientes de cascabel...»
A esta nomenclatura, parte de la cual se aplica más a la zona fluvial oriental, se puede agregar las moscas y mosquitos sedientos de la sangre de los arañazos provocados por las largas y aceradas espinas de la maleza, las serpientes de todo tipo, el escarabajo rojo, el tatú y la víbora de cascabel, cuya picadura es mortal, el chancho salvaje.

(14) Bareiro, op. cit., p. 9.
(15) Gerville-Réache, op. cit., p. 14-15,134 y 157.


LA POBLACIÓN INDÍGENA

Parece lógico disociar la población indígena de los otros grupos étnicos que viven en el Chaco y dedicarle un párrafo especial, en razón de la antigüedad de esta población y del lugar que ha tenido en el curso de los siglos en la historia de la región de la cual, durante mucho tiempo, constituía la única población. Durante, la colonia, en efecto, los conquistadores españoles en la búsqueda del misterioso El Dorado y por la fuerza de las armas, los misioneros por la persuasión buscaron en innumerables expediciones penetrar en el Chaco, sin llegar a mantenerse de manera estable, fuera de las efímeras implantaciones de los religiosos.
Se puede pensar que, a pesar del medio ambiente poco favorable, el Chaco no estaba deshabitado en los tiempos precolombinos, pero esta opinión no es más que una hipótesis, siendo que las informaciones que poseemos al respecto no eran anteriores al siglo XVI. El historiador argentino Enrique de Gandia (16), gran especialista del «Gran Chaco», nos dice que los españoles estudiarán su etnografía desde el inicio de la conquista y que se tiene en tal sentido «... a pesar del número de años, una concordancia exacta entre las informaciones que, hasta cierto punto, autoriza a no tener dudas sobre las principales zonas de ocupación de los indígenas...» (17).
El mismo autor atribuye el primer estudio etnográfico sobre el Chaco a los relatos de sus expediciones hechos por los exploradores Luis Ramírez, compañero de Sebastián Gaboto, que remontó el Paraná hacia el norte en 1528 en busca de El Dorado, y Diego García de Moguer, que seguirá el mismo itinerario poco tiempo después (18). Indica igualmente que una «Geografía y Descripción Universal de las Indias» aparecida en 1574, menciona que «...entre las Provincias de Tucumán y de Santa Cruz de la Sierra, hay numerosas y diferentes «naciones» de indígenas, con diversos idiomas y costumbres...» (19).
Los estudios llevados a cabo a partir de las relaciones de los conquistadores o de los misioneros, conducirán sin embargo a una acumulación tan importante de denominaciones de los indígenas, que la misma acarrea para los investigadores cierta perplejidad ante el número de grupos humanos que viven en el Chaco y la importancia de la población resultante que algunos han evaluado en 300.000 almas, cifra que parece exagerada si se tiene en cuenta la superficie de la región, de su entorno, y de la época en la cual se la situaría. Al término de las numerosas investigaciones y recortes, ha sido científicamente establecido que la proliferación de las denominaciones resultaba del hecho de que militares y religiosos confundieron a menudo los nombres de razas con los que tomaban las innumerables hordas independientes unas de otras, y los nombres de las «tolderías», agrupamientos de habitaciones hechas con ramas muertas e hierbas secas en las cuales los miembros de una misma horda encontraban refugio. Otra fuente provendría del hecho de que las hordas y hasta las simples «tolderías» tomaban el nombre del jefe o «cacique» o el del lugar donde se instalaban, tanto es así que sus apelaciones habrían variado en cada migración o cambio de «cacique».
A estas fuentes de confusión se agrega igualmente el hecho de que en muchos casos, una horda tomaba tantas denominaciones como dialectos hablados por sus miembros. En apoyo de su aseveración, de Gandia cita al historiador y etnógrafo español Felipe de Azara que escribió en uno de sus «Viajes por la América Meridional»: « ... no hay en el Chaco la centésima parte de las «naciones» que figuran en los mapas y en las historias... porque actualmente, no se tiene traza ni recuerdo de una infinidad de nombres y de «naciones» que figuran en ellos, y pensamos que los autores de mapas y relatos dan diez a doce denominaciones a cada una de las lenguas habladas...» (20).
Teniendo en cuenta lo que antecede y el reagrupamiento resultante, de Gandia (21) se dedicó al estudio y a la localización geográfica de las diversas «naciones» que poblaban el conjunto del territorio del Chaco en la época colonial. Nos limitaremos, por nuestra parte, a la parte septentrional de este territorio y a las principales «naciones» que allí vivían, que se puede limitar a nueve.
Si se parte del río Pilcomayo en dirección norte-noreste, se encuentra la tierra de los Lenguas, llamados así porque llevaban una incisión en el labio inferior con el fin de encastrar, a nivel de la dentadura, un pedazo de madera que tornaba de este modo el aspecto de una segunda lengua. El misionero José Quiroga ha escrito acerca de ellos que «...recorrían toda esta parte del Chaco, desde el Pilcomayo hasta la tierra de los Mbayás y hasta atravesaban el río Paraguay, con el objeto de cazar...» (22), mientras que otro religioso, el Padre Amancio González afirma que el lenguaje hablado por los Lenguas era «...el más elegante y armonioso de todos aquellos que yo haya podido escuchar entre los bárbaros...» (23). Los Lenguas serán diezmados por la viruela a fines del siglo XVIII y, según Azara, reducidos a «... catorce hombres y ocho mujeres...» (24), pero aún existían en 1932.
En la región pantanosa del sudeste vivían los Tobas, cuyo carácter belicoso y crueldad son señalados por crónicas de épocas diferentes, y que serán responsables de la exterminación, en 1881, de una expedición dirigida por el científico francés Jules Crevaux, encargado por el gobierno boliviano de explorar el curso del Pilcomayo inferior. El viajero francés Alcide d'Orbigny, citado por Duguid (25) describe a los Tobas en los términos siguientes: «...Son hombres robustos, de gruesas piernas, hombros anchos, pecho musculoso. Sus rasgos se asemejan a los de los Charrúas; tienen un rostro ancho pero no redondo, la frente prominente, la nariz aplastada con anchas narinas y, en la vejez, los pómulos salientes. Su boca es grande y sus dientes espléndidos. Sus orejas y sus ojos son pequeños, a menudo rasgados. En conjunto, su expresión refleja su carácter taciturno...».
En la misma región, en las orillas del río Confuso, se encuentran los Guaycurus, frecuentemente designados «guardianes del desierto» por los cronistas. Desde el inicio de la conquista se dedicaron a traficar con los españoles de Asunción, a quienes proveían, a cambio de víveres, de esclavos capturados por ellos en las hordas vecinas. Terminarán formando la base principal de la población del Paraguay.
Los Payaguás vivían a lo largo del río Paraguay, desde Asunción hasta la confluencia con el Paraná. Poco se sabe acerca de ellos, solamente que se agrupaban en las lagunas formadas por los afluentes orientales del río Paraguay y vivían en conflicto perpetuo con los Guaycurús.
Los Zamucos estaban instalados en la región pantanosa del río Otuquis, viviendo de la caza y sobre todo de la pesca. De ellos se sabe poco igualmente, pero de su territorio partirán numerosos misioneros jesuitas en su búsqueda de la «ruta al Paraguay» y allí fundarán, antes de su expulsión, cierto número de «reducciones».
Por el contrario, conocemos mejor, gracias a los trabajos del historiador y literato boliviano Gabriel René Moreno, a sus vecinos Chiquitos, que vivían en una zona fértil y cálida al este de Santa Cruz de la Sierra. Ellos debían su denominación, no a su estatura, sino a la forma que daban a sus cabañas, cuya abertura era muy baja, a fin de evitar la penetración de los mosquitos, tanto es así que sólo se podía entrar arrastrándose o de rodillas. Militares y misioneros los llamaban generalmente «Indios de la yerba», porque frotaban las flechas de sus arcos con hierbas venenosas, de manera a provocar la muerte por envenenamiento de la sangre, como lo relata, en 1733, el Padre Lozano en su «Descripción orográfica del terreno y ríos, árboles y animales de la dilatadísima provincia del Gran Chaco Gualambá» (26). Los Chiquitos, con quienes los españoles constituirán una reserva de esclavos, estaban familiarizados con el pico y la azada, como lo demuestran las ruinas de los edificios religiosos erigidos por los jesuitas en la región.
En la región septentrional que linda con las de Santa Cruz de la Sierra y de los Chiquitos, vivían los Mbayás, notables por su gran estatura y nada sedentarios, porque el Padre Quiroga escribirá a propósito de ellos que «...estos indios recorren por toda la región, del Xexui al Tacuarí, a lo largo de la orilla oriental y de la occidental, hasta las cercanías de los Chiquitos...» (27). Se sabe por Azara (28), que los Mbayás estaban repartidos en numerosas hordas, siendo las principales los Catiguebo', los Tchiguebo', los Gueteabo' y los Bentubeo'.
Al noroeste, entre los ríos Guapay y Parapití, se encontraban los Chanás, de quienes el Padre Quiroga decía que «...son indios que trabajan sus tierras para obtener maíz y también siembran las de los Mbayás, que les retribuyen por ese trabajo...». Su territorio, conocido primeramente como «llanos del Manso», se extenderá en el curso de los siglos, entre los paralelos 20 y 23 y «... de los bordes del Paraguay a los confines del Perú... » según Azara (29), porque los Mbayás se dividían en numerosas tribus u hordas.
Para terminar esta nomenclatura de las poblaciones del Chaco, citaremos la más importante de ellas, la de los Chiriguanos, proveniente de la zona desértica central e instalada a los pies de la Cordillera andina oriental, entre los ríos Pilcomayo y Guapay.
De los Chiriguanos, a quienes Thierry Saignes dedicó un estudio profundo que fue objeto de una tesis (30) defendida en junio de 1974 ante la Universidad de París X, el cronista hispano-indio Garcilaso de la Vega dirá que «...estos salvajes son muy feos, peores que animales de feria, no tienen religión ni adoran nada. Viven sin ley ni buenos modales, sino como bestias en las montañas, sin aldea ni casas, y se alimentan de carne humana, y para obtenerla atacan las provincias vecinas, comen a todos los que capturan, sin respetar la edad ni el sexo, y beben su sangre cuando los degüellan con el fin de no perder nada de su presa...» (31). Desde el inicio de la conquista, los Chiriguanos constituirán un adversario temible y una preocupación constante para los Españoles.
Estos jamás podrán domar a sus temibles adversarios, de quienes Thierry Saignes nos cuenta que, en el transcurso de una expedición militar contra los Chiriguanos llevada a cabo en 1574 por Francisco de Toledo en persona, el Virrey del Alto Perú escapará por poco a la captura. Cuando estalla la guerra del Chaco, los Chiriguanos se verán atrapados, si así se puede decir, entre dos fuegos, sin tomar por ello la más mínima parte activa en las operaciones, porque su sangre era guaraní, si bien su «nacionalidad» era boliviana. Lo cual los llevará a recibir a los soldados paraguayos como liberadores, cuando estos lleguen a su región en el último mes de las hostilidades, y a ser juzgados por «colaboración» por los bolivianos cuándo estas tocarán a su fin. Asistirán impasibles, nos dice Mariano Baptista Gumucio a la ejecución de sus  principales caciques, sin saber nada del delito que hubieran podido cometer, ni del país que los juzgaba (32).
En la sociedad indígena del Chaco, caracterizada por una economía de depredación y el nomadismo de las bandas autónomas u «hordas», las condiciones ecológicas particulares impondrán siempre una gran movilidad y una débil densidad a los grupos humanos. Esta movilidad conducirá a los indígenas a efectuar para sobrevivir redadas en las poblaciones vecinas que vivían en las zonas más desprovistas y hasta en territorio habitado por los españoles, lo que desarrollará entre ellos una estratificación social en provecho de una categoría de guerreros que formaban una verdadera aristocracia. Se encuentra desde el siglo XVIII, entre los cronistas, una distinción muy clara entre «indios a pie» e «indios ecuestres».
Los indios «a pie», pertenecientes a diversas familias lingüísticas y entre los cuales figuran principalmente los Zamucos, conservarán la organización antigua de pequeñas bandas que viven al ritmo de dos estaciones, seca y húmeda, cuya composición y dimensión variará según el calendario de la pesca, de la caza y de la recolección. En los períodos de lluvia y de abundancia de pescado, la máxima concentración de la población se dará a lo largo de los cursos de agua, mientras que el invierno austral conducirá a esta población a fraccionarse en pequeños grupos que parten a la búsqueda de un alimento más escaso.
Los indios «montados», tales como los Guaycurús y las tribus instaladas al oeste del río Paraguay, estaban frecuentemente en movimiento para la caza, las expediciones guerreras o la búsqueda de pasturas. Abandonaban en consecuencia la agricultura y la pesca, para vivir del tributo y del trabajo que imponían a las tribus vencidas por ellos, o del producto de sus rapiñas en sus redadas contra los españoles. De este modo, los Chanás, agricultores, se verán ligados por una especie de lazo de vasallaje a los Mbayás, después de haberles vencido, les dejarán sus aldeas de chozas y su organización propia y se encargarán de su protección, a cambio de productos agrícolas y de tejidos. En cuanto a los Mbayás, se dividían en nobles, cuya calidad era hereditaria, y guerreros, dominando ambos a la clase de prisioneros de guerra y a la servil constituida por los Chanás, mientras que el poder político era ejercido por un consejo de nobles y de guerreros que asistían al jefe principal, que era de linaje noble y debía haber confirmado su rango por medio de sus habilidades.
Existía finalmente una tercera categoría de indios, que vivía en el corazón de la parte central del Chaco en hordas salvajes, en «toldos» instalados en los alrededores de los escasos puntos de agua. Estas hordas serán, con el paso de los años, diezmadas por la sed o la enfermedad, cuando no lo hubieran sido por bandas mejor organizadas de indios que vivían en tribus, en ocasión de expediciones de carácter guerrero o alimentario.
Parece difícil determinar, a partir del cuadro que acabamos de esbozar, la importancia que haya podido tener, en su apogeo, el conjunto de la población indígena del Chaco. Hemos dicho que algunos avanzaron el número de 300.000 habitantes, basándose en la acumulación de los nombres de tribus, poblados u hordas que surgen de los relatos de la época y que utilizaban un coeficiente numerador que deducían de los relatos de combates en los cuales el adversario español hacía intervenir centenas y hasta millares de hombres, peninsulares o auxiliares mestizos e indios. Hemos dicho igualmente que este número parece demasiado elevado en razón de la imposibilidad material para la naturaleza y los recursos terrestres y fluviales del Chaco, de proveer a la vida material de una población que está lejos de alcanzar, aún en nuestros días, la cifra expresada. Por eso tomaremos la cifra de 80.000 indios, que nos parece más conforme a la realidad porque ha sido calculada a partir de las poblaciones de las «misiones» religiosas, que son conocidas y representaban, según los especialistas, ocho a diez por ciento del conjunto de la población autóctona en la primera parte del siglo XVIII.
Actualmente, muchas tribus indígenas del Chaco y prácticamente todas las hordas salvajes han desaparecido, diezmadas por las enfermedades o las masacres que acompañaron a la colonización. Aún no era así hacia 1930, si creemos a Duguid y Gerville-Réache, anteriormente citados.
El primero en la región de Chiquitos y en consecuencia en el Chaco que se encontraba bajo el dominio boliviano, el segundo en la parte que tenía el Paraguay, encontrarán naturalmente numerosos indios en el curso de sus andanzas. Se trataba sobre todo de aborígenes que vivían en condiciones miserables, la mayor parte de las veces, en las zonas donde los mestizos y los criollos se habían implantado, pero tanto el uno como el otro manifiestan haber oído hablar de indios que aún vivían en estado de libertad. Entre estos últimos, Duguid (33) cita a los Tobas «...armados de arcos y de flechas con púas que no se puede retirar sin peligro de una herida... Además, llevaban pesadas mazas de madera, temibles a corta distancia...». Según sus expresiones, los movimientos de tropas efectuados hacia 1930 por los bolivianos en dirección del Chaco del norte, conducirán a los Tobas a abandonar sus bosques vírgenes hasta entonces y a dedicarse al pillaje de viajeros aislados y de carretas que transitaban por la gran ruta que unía Santa Cruz de la Sierra a Puerto Suárez, obligando a los militares bolivianos a verdaderas expediciones para poner fin a estas acciones. Gerville-Réache, por su parte, relata su encuentro, al sudeste del Fortín Boquerón con una toldería de tres a cuatro toldos miserables cuyos habitantes huirán al ver aproximarse el grupo, tal es así que un soldado paraguayo deberá capturar con un lazo a una de las salvajes, completamente desnuda, de raza lengua, para que les indicara la dirección de Nanawa, otro puesto fortificado paraguayo que era el objetivo de esa etapa del viaje. Por otro lado, dedicará todo un capítulo de su obra a su marcha en la selva sintiendo la «presencia invisible y hostil» de los indios fugitivos (34), relato que puede considerarse verosímil, porque, según las estadísticas paraguayas de 1978, aún existía gente viviendo en estado salvaje entre los 30.000 indios que se encontraban entonces en el Chaco paraguayo (35).
Otro francés, el Marqués de Wavrin, que recorrió en los años 1920 el centro de lo que llama «la América del Sur desconocida», visitará igualmente las zonas oriental y occidental del Chaco, y encontrará en esa ocasión numerosos indígenas. Principalmente él cita, para la parte que se encontraba bajo control paraguayo, a los Tobas, enérgicos e inteligentes y de quienes dice que había confirmado sus cualidades guerreras, los Lenguas, que evalúa en alrededor de 12.000 y que habían sido catequizados, en parte, por una misión anglosajona instalada a 30 leguas al oeste de la ciudad de Concepción; muchos de ellos, nos dice, eran leñadores en una importante fábrica de tanino instalada en las proximidades del Pilcomayo, o marineros y cargadores de vapores en los embarcaderos del Pilcomayo inferior (36). En la parte occidental y perteneciente, en consecuencia, a Bolivia, de Wavrin encontrará numerosos grupos autóctonos, establecidos generalmente en las proximidades de las aldeas o de las propiedades ganaderas de criollos, pero poco trabajadores y prefiriendo cazar el ganado de otros para alimentarse a una ocupación regular y remunerada. El localiza a estos indios bolivianos a lo largo del río Pilcomayo y en los contrafuertes andinos donde, en la mayoría de los casos, habían sido convertidos al cristianismo, pacificados y educados gracias a la actividad de los misioneros, casi todos ellos franciscanos italianos (37).
Fuera de los indios que vivían en las regiones colonizadas y que constituían de lejos la gran mayoría pero cuya importancia numérica nunca fue establecida de manera precisa, aún existía entre 1920 y 1930, una minoría indígena agrupada en hordas nómadas en el Chaco Central y a la que era reservada en adelante la calidad de «bárbaros». El general boliviano Ovidio Quiroga Ochoa (38), simple capitán en 1926, sirviendo en el Chaco en calidad de jefe del Fortín Saavedra, en plena zona desértica, cuenta al respecto en sus memorias:
«...La región inhóspita del Chaco era entonces casi totalmente inexplorada. Una de nuestras misiones principales consistía en confeccionar los mapas y planos correspondientes que, con las informaciones que podíamos recoger, eran periódicamente transmitidos al Estado Mayor General.
Por regla general, las patrullas de exploración estaban formadas por el comandante del fortín, un oficial adjunto, diez soldados y uno o dos indios «bárbaros» de la tribu Lengua, que nos servían de guías en razón de su admirable sentido de la orientación. La mayoría de las regiones que explorábamos eran desérticas. El calor terrible, con temperaturas casi siempre superiores a 45 grados centígrados a la sombra, provocaba una deshidratación rápida y continua que ponía nuestras vidas en grave peligro si nos alejábamos demasiado de los lugares donde existía un punto de agua potable. Los guías eran por lo tanto indispensables para localizar esas fuentes, porque conocían a fondo toda la zona.
La economía de esos «bárbaros» era la más elemental y primitiva que pueda existir, porque reposaba en sólo dos actividades productivas, la caza y la pesca. Eran generalmente pacíficos, amigables e imprevisores. Gozaban plenamente de su forma de vida cuando la alimentación abundaba, entregándose a glotonerías pantagruélicas, al final de las cuales se untaban el cabello y el cuerpo con la grasa del festín. Como se puede imaginar, el olor que emanaba de estos indígenas no era de lo más delicado, pero permitía notar su presencia a distancias apreciables. Cuando la temporada era próspera, los «bárbaros» se veían gordos, mofletudos, brillantes y gruesos por donde se los mirara. Cuando, por el contrario, la sequía o alguna otra calamidad enrarecía las posibilidades de alimentarse, deambulaban hambrientos y enflaquecidos.
Entonces se aproximaban en grupos al fortín y se instalaban en las cercanías de éste, a veces durante unos quince días.
Yo les hacía entregar los restos de la alimentación de la guarnición. Los pobres «bárbaros» devoraban esos restos con avidez y nos quedaban agradecidos... Tal es la descripción somera de estos curiosos habitantes del Gran Chaco...» (39).
Narrando en otro pasaje de su relato una exploración al norte noreste del Fortín Saavedra y en consecuencia en plena zona desértica, nos dice:
«...Llegamos finalmente a un punto de agua negruzca, pero no obstante potable que bautizamos «Pozo Negro» para nuestras propias referencias. En los alrededores, nos encontramos con un grupo de unos veinte indios «bárbaros», hombres y mujeres, en un estado deplorable. Estaban todos tan flacos, que parecían esqueletos dotados de movimiento. Nuestros guías nos dijeron que estos indios emigraban hacia otras regiones, porque la caza y la pesca habían desaparecido prácticamente en la suya. Estaban reducidos a alimentarse de raíces, muy poco nutritivas, a juzgar por su estado, tan lamentable que se podía ver a través de la piel la mayor parte del sistema óseo. Profundamente conmovidos por su aspecto, les dejamos una parte de nuestras provisiones de ruta...» (40).
La situación de las hordas en el corazón del Chaco desértico no era siempre análoga a la que acabamos de relatar, ya que el mismo autor escribe en otra parte de su relato
“...Continuando nuestra exploración, llegamos a un campamento de indios lenguas que ofrecía un aspecto mucho mejor que el que habíamos encontrado en Pozo Negro. Las chozas eran más confortables que las habituales del Chaco, eran amigables, y su cacique nos invitó a compartir su comida, consistente en un muslo de rapaz cocido a la brasa...» (41).
En conclusión de este estudio sumario de la población indígena del Chaco, extraeremos ciertas constantes que son primeramente el desconocimiento de la importancia numérica que ha podido alcanzar en el transcurso de los años, luego la regresión progresiva de dicha importancia por el hecho de la política de exterminio practicada por España, la enfermedad, luchas intestinas y, en una época más reciente, el alcoholismo, finalmente la coexistencia a lo largo de los siglos de dos grupos autóctonos, uno de ellos viviendo en tribus instaladas en zonas más favorecidas por la naturaleza y que parecería constituir la mayoría, la otra formada por hordas salvajes errantes en zona desértica en busca de puntos de agua y minoritaria.
Los indígenas del Chaco no tendrán prácticamente ningún papel en la guerra entre Bolivia y el Paraguay, fuera de aquel, ocasional, de servir de guías obligados o remunerados, a las unidades de los dos bandos en razón de su conocimiento de un terreno que, por el contrario, los militares de uno como de otro campo desconocían casi completamente, por las razones que acabamos de exponer.


(16) Enrique de Ganida: «Historia del Gran Chaco», Juan Roldán y Cia, Buenos Aires y Madrid sin indicación de fecha, p. 57-58.
(17) De Gandia, op. cit., p. 58.
(18) De Gandia, op. cit., p. 57-58.
(19) De Gandia, op. cit., p. 35.
 (20) De Gandia, op. cit. , p. 59.
(21) De Gandia, op. cit., p. 57 y 75
(22) De Gandia, op. cit., p. 61.
(23) De Gandia, op. cit., p. 62.
(24) De Gandia, op. cit., p. 62 nota 3.
(25) Duguid, op. cit., p. 198.
(29) De Gandia, op. cit., p. 65.
(30) Thierry Saignes: «Une frontiére fossile-La Cordillére Chiriguano au 18éme siécle», tesis presentada ante la Universidad de París X-Nanterre, París 1974.
(31) Mariano Baptista Gumucio:»Ensayos sobre la realidad boliviana», Sesquicentenario de la República, La Paz 1975, p. 151-152.
(32) Gumucio, op. cit., p. 225.
(33) Duguid, op. cit., p. 225.
(34) Gerville-Réache, op. cit., p. 148-140 y 151 a 159 passim.
(35) Ferreira Gubetich, op. cit., p. 58.
(36) Marqués de Wavrin: «Au Centre de l' Amérique du Sud Inconnue», P. Roger et Cie Editeurs, París 1924, p. 104 y 106.
(37) De Wavrin, op. cit., p. 106.
(38) General Ovidio Quiroga Ochoa: «En la Paz y en la Guerra al Servicio de la Patria 1916-1971», Gisbert y Cia, La Paz 1974.
 (39) Quiroga Ochoa, op.cit., p. 27-28.
(40) Quiroga Ochoa, op.cit., p. 28.
(41) Quiroga Ochoa, op.cit., p. 28-29.

LA POBLACIÓN NO INDÍGENA

La población del Chaco presentaba en junio de 1932 una fisonomía diferente de la que había tenido en el transcurso de los siglos cuando, como acabamos de verlo, era exclusivamente autóctona. El esfuerzo de penetración y de colonización iniciado cincuenta años antes por Bolivia, luego por el Paraguay, había conducido a la introducción, al lado de la autóctona, de una población heterogénea repartida en dos grupos principales que serán examinados sucesivamente, los criollos y mestizos, por una parte, y los colonos mennonitas, por la otra, que constituirán una población no indígena cuya importancia es considerable con relación a la aborigen.

LA POBLACIÓN CRIOLLA O MESTIZA

Una parte de la población criolla o mestiza estaba formada por los militares, bolivianos o paraguayos. Estaban destinados principalmente a la custodia de las líneas de fortines instalados en ambos lados, algunos bolivianos en el Chaco Central, con miras a asegurar la vigilancia y la protección de las zonas de penetración respectivas, y procedían además al establecimiento de vías de comunicación permanentes entre estos fortines y la retaguardia. Si esta población militar había aumentado con el correr de los años, tenemos una idea de su importancia en el momento de los hechos que nos interesan. Por el lado boliviano, según el coronel Julio Díaz Arguedas (42), Jefe del Servicio Histórico del ejército, estaba compuesta en junio de 1932 de exactamente 3728 oficiales, sub-oficiales y soldados en el Chaco, criollos o mestizos en lo que respecta a los mandos, e indios del altiplano o de los valles para la tropa, que sólo tenía militares de carrera. No poseemos datos tan precisos en lo que se refiere al Paraguay, pero partiendo del hecho de que contará en el Chaco en la misma época, desde unos diez años antes, con un regimiento de infantería y unidades de artillería equivalentes a un regimiento, se puede estimar el conjunto de sus fuerzas en un millar de hombres para la infantería y quinientos a seiscientos artilleros y elementos de servicio.
La otra parte de la población criolla o mestiza estaba constituida evidentemente por los civiles. La importancia de estos últimos no nos es conocida de manera precisa, pero se puede pensar que era más grande del lado boliviano que del paraguayo, y sobre todo más estable.
En efecto, por decreto del 12 de agosto de 1876, Bolivia creó en la parte sudeste de su territorio, la «Provincia Gran Chaco» con Carapari como capital, y emprendió desde finales del siglo XIX una acción colonizadora en una zona considerada hasta entonces desértica. Llevada a cabo al inicio por los misioneros del Colegio de Tarija y proseguida por los militares, esta acción conducirá a la creación en la parte media e inferior del río Pilcomayo, de cierto número de pequeños centros de población como D'Orbigny, Guachalla, Ballivián, Linares y Esteros de Patiño, que los misioneros dotarán de una capilla, el gobierno de una escuela, y el ejército de un puesto militar o de un fortín. El principal centro de este «sudeste patrio» era y continúa siendo Villa Montes sobre el río Pilcomayo, que es el paso obligatorio de los viajeros que atraviesan la Serranía de Agarague para llegar a la parte meridional de la región fluvial occidental.
El estudiante boliviano Emilio Sarmiento (43) y su compatriota el coronel Peñaranda Esprella (44), en tránsito por Villa Montes hacia el frente, nos describe este punto como un poblado de construcciones livianas, de madera o de adobe, con techos de ramas o de palmas, que estaban concentradas a lo largo de una calle única. Con los militares, se encontraban en las aglomeraciones funcionarios, docentes en su mayoría, religiosos, principalmente fraciscanos italianos, algunos «colonos», y también indígenas convertidos al cristianismo y estabilizados. Visitando el Chaco hacia 1925, de Wavrin (45) encontrará diversas estancias donde se practicaba la pequeña agricultura cerca de Charagua, ganaderos en Carandaity, y será recibido en Villa Montes en una importante propiedad agrícola otorgada en concesión a la sociedad alemana Staudt. Según sus comentarios, la mano de obra indígena era empleada en diferentes empresas, al lado de obreros y boyeros generalmente mestizos y bajo la supervisión de criollos.
En la zona ocupada por los paraguayos, la población criolla o mestiza, fuera de los militares, estaba constituida esencialmente por los ganaderos, el personal de mando o de ejecución de empresas, principalmente argentinas, que explotaban el quebracho. No tenemos indicaciones sobre la importancia de esta población esencialmente agrícola, a la cual conviene agregar un puñado de misioneros protestantes de origen anglosajón instalados en el límite del Chaco Central. Señalaremos de todos modos que, según Gerville-Réache (46), la empresa argentina Carlos Casado Limitada, instalada desde 1887 en la zona boscosa y pantanosa vecina del río Pilcomayo, disponía de una concesión de 3.500.000 hectáreas con una extensión 1840 leguas de terreno, contando con seis estancias modernas entre los ríos Paraguay y Pilcomayo, cientos de boyeros para controlar las 35.000 cabezas de su propiedad pastando en 80.000 hectáreas de praderas, y 3.000 obreros trabajando con las máquinas de pulverizar el quebracho, sin mencionar el ferrocarril y las rutas de los cuales ya hemos hablado. En oposición, sin embargo, de lo que existía en la zona boliviana, esta población obrera y rural era esencialmente de estación y móvil, sin intención de fijación. Encontramos la confirmación de esto en las cifras de la población reciente de los Departamentos creados por el Paraguay al oeste del río del mismo nombre, después de la guerra. Según las ediciones de 1977 del «Atlas del Paraguay» (47) y con excepción del Departamento XV «Presidente Hayes», con 52.386 habitantes y el XIX «Boquerón», con 13.444, casi todos mennonitas, la población del Chaco paraguayo es de 14.832 personas en el Departamento XVI «Alto Paraguay», donde se sitúan las aglomeraciones de Bahía Negra y Fuerte Olimpo, para descender a 749 para el XVII «Chaco» y 174 para el XVIII «Nueva Asunción», encontrándose estos dos últimos departamentos en zona totalmente desértica del Chaco Central. A las cifras enunciadas, conviene agregar los indígenas en estado salvaje y en consecuencia no censados, que Ferreira Gubetich (48) evaluaba en 1969 en 30.000 personas. Y también algunos misioneros anglicanos que, buscando evangelizar a estos indígenas, instalarán la «South American Missionary Society» de la «Church of England» a partir de 1889 en la zona desértica de Nanawa, y los católicos, más numerosos, de la misión «María Inmaculada», que se dedicarán desde 1925 a cristianizar a los indígenas estabilizados, en la parte sudeste del territorio.

(42) Coronel Julio Díaz Arguedas: «Historia del Ejército de Bolivia (1825-1932), Editorial Don Bosco, La Paz 1971, p. 39
(43) Emilio Sarmiento: «Memorias de un soldado de la Guerra del Chaco», El Cid editor, sin ,
indicación de lugar ni fecha, p. 52.
(44) Peñaranda Esprella, op. cit., p. 26.
(45) De Wavrin, op. cit., p. 255-256.
(46) Gerville-Réache, op.cit., p. 67-68.
(47) «Atlas del Paraguay», Imprenta Comuneros, Asunción 1977, passim.
(48) Ferreira Gubetich, op. cit., p. 58.


LAS COLONIAS MENNONITAS

Nos parece interesante extendernos un poco sobre el origen y sobre las condiciones de la presencia en el corazón del Chaco en los años que precedieron a la guerra, de una categoría social que constituye desde esa época el elemento estable de la población no indígena de la zona.
Los mennonitas provienen de una secta anabaptista creada en 1536 en Holanda, por el ex sacerdote Menno Simons, de quien tomará el nombre, a fin de distinguirse de otros grupos anabaptistas surgidos en la misma época en Europa, y más particularmente en Suiza, Prusia, Bohemia y Alsacia.
Inspirándose en los «grandes reformadores» y sobre todo en Zwinglio y Calvino, la doctrina de Menno se apoya en los dos Testamentos, principalmente en el Nuevo, que considera la autoridad suprema y la fuente inagotable de inspiración, por oposición a la doctrina de la Iglesia Católica que reposa esencialmente sobre la Biblia, a la enseñanza de las Escrituras y la tradición. Su objetivo es el retorno a las formas de la Iglesia apostólica por la separación espiritual de la comunidad de los fieles del Estado que la cobija, el amor al prójimo que implica devolver bien por mal y la negativa de portar armas, de cualquier función pública y del juramento, la renuncia a los bienes terrestres en beneficio único de la comunidad, una estricta disciplina de vida, y finalmente la prohibición de cualquier acción atentatoria a la personalidad humana o a la moral. La aplicación de la doctrina de Menno, y principalmente el rechazo al servicio militar, a cualquier cargo público o al juramento, valdrá a sus adeptos sufrir, a partir de fines del siglo XIX, en ciertos países donde eran numerosos, como la Rusia zarista, Alemania imperial o el Canadá, medidas vejatorias y hasta persecución. Lo que les incitará, desde comienzos del siglo XX, a buscar principalmente en América del Sur, el asilo en el cual podrían someterse con total tranquilidad a los principios morales que guiaban su vida (49).
La instalación en el Paraguay de los mennonitas ha sido objeto de un estudio del economista e historiador paraguayo Alfredo Seiferheld, en la obra que dedicó a la economía de la guerra del Chaco (50).
La comunidad mennonita del Canadá, obligada por las autoridades del país al servicio militar que acababa de ser instituido, encargará en 1919 a una delegación de sus representantes estudiar en los países del Río de la Plata, la posibilidad de compras de terrenos acompañada de eximición legislativa para los principios sobre los cuales se fundaba su religión. No habiendo podido obtener un acuerdo sobre el segundo punto de parte del Brasil, la Argentina y el Uruguay, la delegación se presentará ante el representante del Paraguay en Washington, Manuel Gondra. Este aceptará aún más gustoso transmitir el pedido de los mennonitas canadienses a su gobierno, teniendo en cuenta que el mismo contaba con el apoyo del banco neoyorquino Metropolitan Phoenix and Trend Cy, que se declaraba dispuesto a financiar un proyecto referente a la instalación de 40.000 mennonitas repartidos en el mundo entero y no solamente en el Canadá.
Apenas repuesto de las pérdidas territoriales y humanas causadas por la Guerra de la Triple Alianza de 1864-1870 y arruinado por la inestabilidad política que le caracterizará hasta 1920, el Paraguay aceptará, al año siguiente, la entrada en su territorio de una nueva delegación dirigida por un representante del Banco de Nueva York, a fin de negociar la obtención de exenciones después de haber estudiado en el terreno la elección de una zona de instalación de la comunidad, que el gobierno de Asunción fijará en el Chaco. Esta elección recaerá sobre una zona situada en el límite de la parte central del Chaco, a ambos lados de la ruta que llega a Asunción y a 160 km al oeste del río Paraguay, y en consecuencia más allá de la vía férrea de 145 km perteneciente a la compañía argentina Casado.
Los pedidos de exenciones y de exoneraciones de la delegación mennonita encontrarán en el Parlamento de Asunción una fuerte oposición de parte del partido nacionalista «colorado» que, no sin razón, verá en ellas un otorgamiento puro y simple de privilegios, lo que era contrario tanto al espíritu como a la letra de la Constitución del país. Sin embargo serán aceptadas gracias al apoyo de Manuel Gondra, que entretanto se había convertido en Presidente de la República, quien insistirá sobre el interés para el Paraguay de la valorización de un territorio hasta entonces abandonado. Y la ley nro. 514 adoptada el 22 de julio de 1921 por el Congreso nacional acordará a los mennonitas que se instalen, en grupo o separadamente, así como a sus descendientes, los «derechos y privilegios siguientes», retomando los términos del artículo 1 de dicha ley:
- práctica de su religión sin ninguna restricción, lo que se acompañaba de la dispensa de prestar juramento ante la justicia y de la exención de todo servicio militar, tanto en tiempos de paz como en tiempos de guerra;
- creación y gestión, igualmente sin restricción, de escuelas y otros centros de enseñanza de su idioma, que era reconocido como alemán;
- administración de sus bienes según sus propias costumbres;
- exención de todo impuesto nacional o municipal, por una duración de diez años a partir de la llegada del primer colono.
Empezaron entonces las negociaciones con la Carlos Casado Ltda., para la adquisición de tierras en la zona que había acaparado la atención de la delegación. Las mismas desembocarán en la adquisición por la «Corporación Paraguaya», que era una emanación del Comité Central Mennonita, en favor de una sociedad civil encargada del reparto de tierras, el « Fürsorge Komitee», de tres extensiones de terrenos que representaban una superficie global de 56.250 hectáreas, sobre la base de un precio unitario de 12 US dólares por hectárea, terrenos que Carlos Casado había pagado a 0,75 dólares la hectárea en el momento de su instalación en 1887. Algunos años más tarde, este precio de compra unitario por un nuevo lote de 15.680 hectáreas llegará a 20 dólares la hectárea.
Un primer contingente de 1756 inmigrantes canadienses que formaban 279 familias, venidos en su mayoría de los medios rurales del Saskatchewan y del Manitoba, llegará al Chaco en los últimos días de 1926. Será reforzado entre 1930 y 1932 por un segundo contingente de 2008 inmigrantes que formaban 366 familias, de un nivel intelectual y social claramente superior al de sus predecesores, que venía de Rusia pasando por Siberia, huyendo de la Revolución Bolchevique, o de Alemania (51).
Las 71.930 hectáreas adquiridas por los mennonitas y que estos llamarán «la tierra prometida», serán repartidas en tres colonias. Primeramente, en el centro, la colonia «Menno» donde se instalaron los emigrados del Canadá, mientras que los venidos de Rusia o de Alemania se agruparán, en un primer momento, a ambos lados de «Menno», en la colonia «Ferheim». Cuando el número de colonos aumentará con la llegada de nuevos inmigrantes después de la segunda guerra mundial, estos recién llegados serán agrupados al sudoeste de «Mermo», en una tercera colonia creada en 1947 y que recibirá el nombre de «Neuland». Cada familia de colonos recibirá un lote de unas seis hectáreas para cultivar, y muy rápidamente nuevos poblados rurales se sumarán al centro principal de cada colonia: Loma Plata para «Mermo», Filadelfia para «Ferheim», Neu Halbstadt para «Neuland», poblados que llevaban generalmente nombres de resonancia germánica, alrededor de los cuales se constituirán pueblos de indios tobas o chulupíes, que hasta entonces habían sido nómadas. En setiembre de 1930, nos dice Seiferheld (52), existían en la parte del Chaco que estaba en poder del Paraguay, 27 aglomeraciones mennonitas, de las cuales 15 estaban pobladas por canadienses, 11 por rusos y 1 por polacos. Totalmente aislados y protegidos por la naturaleza de todo contacto con las autoridades y la población del Paraguay, los colonos mennonitas emprenderán la dura tarea de transformar el desierto donde todo estaba por hacer, en un lugar habitable por el hombre civilizado y, a pesar de las dificultades sufridas, sobre todo en los primeros años donde el número de fallecimiento será más elevado que el de nacimientos, lo lograrán gracias a su organización teocrática y colectivista caracterizada por su ardor por el trabajo.
La administración de cada una de las tres colonias mennonitas es confiada a un administrador general, elegido por tres años por la Asamblea de fieles y pudiendo ser reelecto una vez, cuya misión es ejecutar las decisiones de la Asamblea, con la asistencia de un «Consejo» de cuatro miembros, respectivamente encargados de la cultura, las finanzas, las vías de comunicación y la agricultura. Al mismo tiempo, en cada colonia la vida económica y social está asegurada por una Cooperativa de la que todos los colonos son miembros obligatoriamente, a la cual corresponde tanto la ejecución de transacciones comerciales, las importaciones y las exportaciones, como la realización de las vías de comunicación entre las aglomeraciones, la gestión del hospital y de las escuelas de la colonia, y la remuneración de sus miembros entre los cuales reparte sus beneficios cuando los hay, lo que no será el caso en los primeros años de existencia de las colonias.
Gerville-Reáche visitará, en su periplo por el Chaco (53), las aglomeraciones de Laubenheim, Waldheim y Filadelfia. El las presenta como comunidades de familias numerosas, regidas por Consejos de «vecinos respetables» que practican, en la oración y en la alegría, el cultivo del algodón, verduras, sorgo, maní, del que sacan un apreciado aceite, dedicándose igualmente a la avicultura y a la ganadería. También nos indica la disciplina que reinaba en las colonias hacía inútil toda autoridad, tanto es así que no se encontraban allí funcionarios de policía o de justicia.
En vísperas de la guerra, la población mennonita del Chaco no alcanzaba 6000 personas. Desde entonces, según el universitario británico J. Valerie Fifer (54), habría pasado a 15.000 almas en los años 60. Esta cifra nos parece sin embargo elevada, si se la relaciona con la de 10.000 personas pronunciada por Ferreira Gubetich (55), y sobre todo aquella a la que llega el historiador mennonita Rudolf Plett que, en 1979, la establece en 9734 personas, de las cuales 6180 para «Menno», 2577 para «Ferheim» y 977 para « Neuland» (56).
Valerie Fifer indica también (57) que Bolivia, igualmente por motivos de interés financiero y de valorización de las zonas abandonadas que habían guiado la política del Paraguay con respecto a los mennonitas, hará cierto número de tentativas para atraerlos hacia su territorio, pero que todos sus esfuerzos en ese sentido terminarán en fracasos.
De modo que, cuando estallará la guerra en junio de 1932, la totalidad de los colonos mennonitas se encontrará en territorio controlado por el Paraguay y en consecuencia en los puestos de avanzada, ya que Loma Plata quedaba a sólo algunos kilómetros de Isla Poí, donde se agrupará el ejército paraguayo, y algunos poblados rurales se encontrarán en el corazón del «no man's land» que separaba a los beligerantes. Apartados del conflicto por el Paraguay en virtud de los compromisos asumidos, los mennonitas no conocerán más operaciones militares que la requisición de su hospital en Filadelfia y algunas pérdidas o requisiciones de animales, por los cuales serán por otra parte indemnizados. Pero si sus principios de vida les conducirán a observar durante las hostilidades la neutralidad que ellos implicaban, no les impedirán simpatizar con la causa del Paraguay ni enriquecerse proveyendo en gran parte las vituallas de su ejército de la tierra que cultivaban.

(49) Rudolf Plett: «Presencia menonita en el Paraguay», Instituto Bíblico, Asunción 1979, p. 65 y 32-56 passim.
(50) Alfredo Seiferheld: «Economía y Petróleo durante la Guerra del Chaco», Instituto Paraguayo de Estudios Geopolíticos e Internacionales, Editorial El Lector, Asunción 1983, p. 130150.
(51) Plett, op. cit., p. 73.
(52) Seiferheld, op. cit., p. 145.
(53) Gerville-Reáche, op. cit., p. 89-97
(54) J. Valerie Fifer: “Bolivia: Land, Location and Politics since 1825” University Press, Cambridge 1972, p. 208-n.
(55) Ferreira Gubetich, op. cit., p. 353.
(56) Plett, op. cit., p. 77.
(57) Valerie Fifer, op. cit., p. 208.

ORIGEN Y ETIMOLOGÍA DE LA PALABRA «CHACO»

Aunque la palabra «Chaco» sólo apareció por primera vez en un acto oficial en 1608, era conocida por los españoles desde mucho tiempo atrás.
El Padre Lozano, ya citado, piensa que los indios llamaban «Chacú» al producto de sus cacerías, y que el término «Chacú» fue transformado en «Chaco» por el conquistador español (58). Esta tesis es adoptada y profundizada por el etnógrafo alemán Middendorf, autor de un «Wórterbuch des Runa Sini oder Keshua Sprache» publicado en 1880 en Leipzig, que se basa en ciertos documentos oficiales del Siglo XVI y en consecuencia de los primeros tiempos de la colonización. El afirma que los indios daban el nombre de «Chaco» a un modo de caza que consistía en agruparse y rodear las colinas, luego espantar con gritos y pedradas a los animales salvajes que allí vivían, a fin de dirigirles hacia un punto determinado, generalmente un abismo o un valle encerrado donde los animales se encontraban encerrados como en un corral y eran muertos «a bastonazos, pedradas y de otra manera» (59). Esta opinión parece verosímil, porque se sabe que en el Perú, los incas llamaban «Chaco» a las grandes cacerías colectivas que reunían de cuatro a cinco mil indios que, a partir de la táctica que se acaba de describir, llegaban según los cronistas a masacrar en un solo día de veinte a treinta mil ovejas, asegurando de tal suerte su subsistencia por cierto tiempo (60).
De Gandia (61) estima que en virtud de una regla constante en la formación de palabras, el término «Chaco» terminó designando, por extensión, a la vez el lugar donde se desarrollaban las cacerías, y los indígenas que las practicaba. En apoyo de esta afirmación, invoca el número importante de tribus y de lugares del territorio de la Audiencia de Charcas y más particularmente del «Corregimiento» de Santa Cruz de la Sierra, cuyo nombre se completa con la desinencia «Chaqui», «Chacú» o «Chaco». Se refiere a tal respecto al «Catálogo» de 1644 de Francisco Lupercio de Zurbano que nombra entre las «naciones a evangelizar las de «Characú y Charare» que, según él, no son más que derivaciones de la palabra «Chaco».
Es entonces lógico pensar que el término »Chaco» ha sido conocido y aplicado por los españoles desde el descubrimiento de la región que lleva ese nombre, aún si el mismo recién fue introducido en un acto oficial de la Corona, como lo hemos dicho anteriormente en 1608. En efecto, un documento redactado en Potosí y fechado el 2 de noviembre de 1592 que se titula «Probanza de servicios» de un tal Cristóbal González, declara que el «Gobernador de la Provincia de Tucumán le manda, junto con el Capitán Pedro de la Sarte, conquistar y poblar el «Chacoualando» (Chaco Gualambá) que se encuentra del otro lado del río Bermejo, cerca de la Cordillera de los Chiriguanos» (62).

(58) De Gandia, op. cit., p. 7.
(59) De Gandia, op. cit., p. 8.
(60) De Gandia, op. cit., p. 9.
(61) De Gandia, op. cit., p. 9.
(62) De Gandia, op. cit., p. 11.



ÍNDICE - Introducción
CAPITULO I : Presentación del Chaco Boreal // - Localización Geográfica // - Superficie // - Hidrografía y orografía // - La población indígena // - La población no indígena // - Origen y etimología de la palabra "Chaco"
CAPITULLO II : Bolivia de la Colonia a la guerra del Chaco // - La época de la Colonia // - De la Independencia a la guerra del Pacífico // - La guerra del Pacífico y sus consecuencias // - De la guerra del Pacífico a la guerra del Chaco
CAPITULO III : El Paraguay de la Colonia a la guerra del Chaco // - La época de la Colonia // - De la Independencia a la dictadura // - La autocracia al poder // - La guerra de la Triple Alianza // - De la guerra de la Triple Alianza a la guerra del Chaco.
 CAPITULO IV : Penetración e implantación en el Chaco de Bolivia y del Paraguay entre la Independencia y la guerra // - Presencia de Bolivia en el Chaco // - Presencia del Paraguay en el Chaco
CAPITULO V : La búsqueda de una solución pacífica del diferendo sobre el Chaco // - Período de la negociación bilateral // - Período de la negociación internacional // - Período de la negociación supranacional
CAPITULO VI : - Causa jurídica // - Causa sicológica // - Causa económica y geopolítica // - Causa sico-geopolítica // - Petróleo y guerra del Chaco.

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