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domingo, 26 de septiembre de 2010

BEATRÍZ RODRÍGUEZ ALCALA DE GONZÁLEZ ODDONE - BOQUERÓN: PRIMERA VICTORIA PARAGUAYA / Fuente: Suplemento cultural del diario ABC COLOR, 26 de Setiembre de 2010.


BOQUERÓN:
PRIMERA VICTORIA PARAGUAYA
Ensayo de
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS ne



Tensas, con una alta carga de animosidad, fueron ya desde el comienzo de la Guerra del Chaco las relaciones del presidente de Bolivia, Dr. Daniel Salamanca, con los altos jefes militares de su país.   

Esa tirantez irá agudizándose tras nuestras múltiples victorias, hasta culminar en el motín que derrocará al Presidente en una de sus visitas a Villa Montes, el 27 de noviembre de 1934, días después de nuestro espectacular triunfo de El Carmen.   

El primer enfrentamiento serio se produce a poco de que el Destacamento Palacios recuperara Pitiantuta, el 16 de julio de 1932.   
   
Tras la derrota boliviana, el Dr. Salamanca, quien al decir del entonces capitán Antonio Salinas Crespo, “tenía la habilidad suficiente para atribuir a otros el fracaso de la guerra, aceptada y manejada por él”, exigirá un proceso militar para castigar a “los culpables de haber desencadenado la guerra”.   

Con ese fin, el 1º de agosto escribe al general Osorio, jefe del Estado Mayor General de Bolivia, encomendándole la organización del juicio.   
   
Pero, el 30 de agosto, el Estado Mayor General formaliza su beligerancia con el Ejecutivo al enviarle el Memorándum Nº 507/32, de tono altanero e irrespetuoso.   

En este documento, el general Osorio se queja de la falta de directiva del Presidente, alegando que éste no tiene un plan operativo concreto que oriente al Ejército sobre las pretensiones bolivianas. Y para suplir las supuestas deficiencias, el Estado Mayor presenta su propio plan cuyo objetivo sería, en principio, apoderarse del Alto Paraguay, comenzando por Fuerte Olimpo.   

En cuanto al proceso militar, exigido por el Presidente, el Estado Mayor hace caso omiso de él y le da largas al asunto alegando que es imposible entorpecer las operaciones enjuiciando a los jefes supuestamente culpables.   

En fin, que Salamanca nunca logró ni siquiera iniciar el tal proceso, ya que, a cada nueva tentativa suya, el Estado Mayor alegaba nuevas excusas, de lo que se lamentará amargamente, más tarde, en sus apuntes.   

Pero, con los documentos a la vista, se detecta claramente que el Presidente de Bolivia no buscaba, precisamente, “castigar a los culpables de haber desencadenado la guerra”, como pretendía que quedara consignado para la historia, sino en realidad lo que deseaba era escarmentar a los culpables de la derrota del 16 de julio.   

Porque mal podía él, siendo como fue, desde principios de siglo, el símbolo del guerrerismo boliviano y el político más intransigente en todo lo referente a posibles acuerdos con Paraguay, castigar a los jefes que, con las armas, aplicaban su política reiteradamente enunciada.   

Si no conociéramos su trayectoria, bastaría para corroborar este aserto su respuesta al urticante Memorándum, fechado el 21 de setiembre, donde reprocha al general Osorio los fracasos sufridos, alegando que ellos se debieron al hecho de que no se cumplieron las órdenes presidenciales y que, cuando éstas se hubieron cumplido, “los resultados no se hicieron esperar”.   

En esta última frase se refería a la ocupación de nuestros fortines Boquerón, Toledo y Corrales por fuerzas bolivianas en represalia a la liberación de Pitiantuta por el Destacamento Palacios.   

En la misma carta, el Presidente boliviano refuta el Plan de Operaciones propuesto por el Estado Mayor y se ratifica en el suyo propio que consiste en concentrar fuerzas en el sudeste para “descargar golpes mortales que permitan a Bolivia imponer un tratado de paz en Asunción, ya que la marcha sobre la capital paraguaya sería un golpe asestado al corazón del enemigo…”.   

Pero mientras el Dr. Salamanca soñaba con una guerra de conquista que lo dejaría ante la historia como el máximo numen de Bolivia, un modesto teniente coronel de Infantería paraguayo, recientemente designado comandante del Primer Cuerpo de Ejército, que ni siquiera contaba con el apoyo de sus superiores jerárquicos, concentraba, sin pérdida de tiempo, sus fuerzas en Isla Poí, y muy pronto arrancaría al Presidente de Bolivia de su onírico mundo.   

El 7 de setiembre, a las 4 de la madrugada, parten con rumbo a Boquerón 3.500 hombres de las tres armas, en dos columnas, con la misión de rescatarlo.   

Al frente de una de ellas irá el mismo Estigarribia, que quiere estar próximo a sus tropas en el momento de la lucha. Él, que en todo el transcurso de la guerra se mantuvo próximo a los frentes de combate, no dará órdenes a larga distancia, como el general Quintanilla, que desde su seguro reducto de Muñoz exigirá a sus hombres luchar hasta morir, cuando el fortín esté ya perdido para ellos.   
  
Entre las múltiples y tremendas dificultades que tuvo que sortear nuestro Ejército para iniciar esta primera gran batalla, una de las más serias fue la falta de planos que indicarán el lugar exacto del fortín. Afortunadamente, el teniente Heriberto Florentín, antiguo comandante de Boquerón, pudo, apelando a su memoria, esbozar un mapa que orientó a los nuestros.   
  
Pero el comandante del reducto, teniente coronel Marzana, no se había dormido durante ese mes y pico que lo ocupó: Boquerón se hallaba protegido por poderosas e inexpugnables defensas que no dejaban flancos descubiertos ni retaguardia.   

Además, había hecho prender fuego al pajonal que cubría el amplio cañadón que lo unía a “Pozo Valencia” y se prolongaba hasta Isla Poí, lo que lo transformaba en perfecto campo de tiro.   

Varios hilos de alambre de púas, colocados a poca altura del suelo, hacían aún más dificultoso el avance paraguayo.   
  
Al trabajo del hombre había que sumar la aridez de la zona y la angustiosa escasez de agua, que obligaba a transportarla desde Isla Poí a costa de enormes sacrificios.   

En vísperas de Boquerón, Estigarribia aún no era el consumado estratega de Campo Vía, El Carmen, Yrendagüé..., pero los conocimientos tácticos adquiridos en una de las principales escuelas de guerra del mundo, unidos a una aguda intuición y a la firme, inquebrantable voluntad de vencer, le hicieron elaborar un inteligente plan operativo que rebasó las esperanzas inmediatas y preparó las futuras operaciones que, no bien iniciada la ofensiva, tantos triunfos le valdrían.   

El primer paso de dicho plan consistía en la orden impartida al Destacamento Caballero Álvarez, de Nanawa, de atacar fuertemente las posiciones avanzadas del enemigo, “con el fin de fijar en esa región la mayor cantidad posible de tropas bolivianas y evitar en esa forma su concurrencia a Boquerón...”. Paralelamente, la Caballería debía interceptar los caminos del enemigo a sus bases. Esto permitiría derrotar a las tropas bolivianas de las proximidades, que acudieran en auxilio de las de Boquerón, mientras la Infantería iniciaba el cerco del fortín.   
  
La poderosa defensa boliviana que batía constantemente la orilla del bosque que circundaba el reducto impidió a nuestra Caballería cumplir su misión de cobertura exterior, pero la Infantería logró, el día 9, interceptar el camino Boquerón-Yujra. El duelo a muerte había comenzado.   

Veamos lo que experimentaban los ocupantes del fortín. En su diario anota, el mismo día, el subteniente Alberto Taborga: “Nunca esperamos que los paraguayos planearan una ofensiva de semejantes proporciones. Se oye un griterío atroz, los dientes castañean y es imposible dominar el temblor de las piernas. Presentimos la derrota antes de iniciarse la batalla; suenan bandas de música a lo lejos. Son las polcas épicas paraguayas “Campamento” y otras, que más los enardecen. Dos escuadrones progresan, sin precaución alguna, marchando al trote. Con gritos, “¡hurra!”, nos desafían. A los cuatrocientos metros inician el asalto al galope... “¡Viva el Paraguay!”. Es la primera vez que oímos su grito de guerra. Cuando llegan a los 300 metros que tenemos marcados en el espartillar, doy la señal... Vomitan las pesadas, vibran las livianas, no cesa la fusilería. ¡Hierve el caldero de la guerra!”.   

Grandes bajas nuestras en este primer asalto; los montados sin sus jinetes se desplazan en loca carrera por el abra o agonizan en la arena.   

Al mediodía se iniciará otro asalto y luego otro y otro y otro a lo largo de veinte dramáticos días, mientras la aviación boliviana no da tregua en la batalla más cruenta del siglo librada en territorio americano.   

Proféticamente, desde La Paz, el general Osorio escribirá el día 11 al general Quintanilla: “De la resistencia de Boquerón depende el destino de ‘nuestro’ Chaco. El Presidente de la Nación y el pueblo entero confían que sus defensores cumplirán su deber y no dejarán pasar al enemigo”.   

En nuestras filas, el implacable fantasma de la sed, cada vez más acuciante, comienza a desmoralizar a los combatientes. Los jefes se lo advierten a Estigarribia; uno de ellos sugiere el repliegue por falta de agua, pero Estigarribia se mantiene firme; sabe que Boquerón, ya totalmente cercado, sin posibilidad de ayuda exterior, no podrá resistir mucho.   

PERO TAMPOCO LOS NUESTROS PUEDEN MÁS     
Desde Muñoz, el general Quintanilla exhorta a Marzana a sostenerse diez días más, hasta que llegue el Destacamento Peñaranda que “batirá al enemigo...”. A los sitiados les sabe a burla atroz.   
  
Pese a nuestras tenazas de acero, con su destreza felina, el legendario capitán Víctor Ustárez, con 40 hombres, logra penetrar al fortín. Su ayuda será más moral que efectiva, pero es recibido con enorme regocijo. Pocos días más tarde, Ustárez, “el pombero bolí”, caerá en la picada a Yujra, culminando con una muerte heroica sus muchos años de sigilosas correrías por el Chaco.   

El 27 de setiembre, nuestras fuerzas realizan el tercer ataque general; el 28 prosigue sin tregua la lucha desesperada y, ¡al fin!, en la madrugada del 29, cuando la resistencia paraguaya llega a su límite, miriadas de banderillas blancas, sobre los parapetos enemigos anuncian la rendición de los heroicos defensores del bastión.   

Poco después los nuestros irrumpen, frenéticos, a él; los bolivianos temen ser pasados a bayonetazos, pero los vencedores les ofrecen agua, de la poca que llevan en sus caramañolas, el más preciado don del Chaco, y paquetes sanitarios... Hondo dramatismo rodea la rendición de Marzana. En su puesto de Comando de la 2ª División, el teniente coronel Gaudioso Núñez exclama a su paso: “¡Oficiales y soldados del Paraguay, saludemos las lágrimas de estos valientes! ¡Los guerreros también lloran!”. Todos se cuadran y saludan con los ojos empañados.   

En un parte escueto, el comandante de la 1ª División, el entonces mayor Carlos J. Fernández, llamado a ser uno de los jefes claves de la guerra, informará a su superior jerárquico: “Con íntima satisfacción, comunico a ese comando que nuestro fortín Boquerón se halla de nuevo en nuestro poder, habiéndose rendido incondicionalmente el enemigo”.   

Cuatrocientos muertos en el campo de batalla, más de ochocientos heridos y aproximadamente cuatrocientos ochenta desaparecidos, conforman el tributo que debe pagar el Paraguay a la victoria. A Bolivia el precio de su prepotencia será de seiscientos ochenta y seis bajas, entre muertos y heridos. ¡Cuántas más le costarán después!

 En La Paz, el 1º de octubre, el Gobierno, todavía ignorante del desenlace de la batalla, envía un angustioso cifrado al general Quintanilla: “Falta de noticias sobre la situación de Boquerón induce a la opinión pública a dar crédito a comunicados paraguayos que describen la acción con detalles, dando lugar a manifestaciones. Atribuyen al Comando que trata de engañar al país, ocultando la verdadera situación, lo que podría ocasionar desórdenes similares a los que ya se iniciaron en Oruro. Urge enviar partes más frecuentes...”. La incomunicación del Ejecutivo con los altos mandos militares se hace evidente una vez más.   
  
Días después, en Asunción, una abigarrada y hostil muchedumbre aguarda la llegada del “Humaitá”, que transporta el primer contingente de prisioneros de guerra. Marzana, “una docena de barbudos y rengueantes oficiales y doscientos soldados son conducidos a tierra. No son seres humanos, sino espectros, cadáveres, arrastrándose. Las camisas hechas jirones, los pantalones acortados hasta el ridículo...”. La actitud del público, al verlos, se transforma de inmediato. El rictus amargo del rencor desaparece de todos los rostros, para dar paso al asombro y luego a la piedad. Un conmovido silencio será su mejor tributo. De pronto, unos vendedores ambulantes rompen filas y ofrecen, espontáneamente, a los cautivos lo que tienen: chipás, naranjas, cigarros... Una vez más, por sobre todas las posibles pasiones, ha triunfado la innata nobleza del pueblo paraguayo...   

 En una perspectiva de setenta y ocho años, meditamos con unción en la enorme importancia de la gran batalla que, trascendiendo la huraña geografía, transformóse en mito y símbolo del coraje y la victoria.   

APÉNDICE
Unidades que participaron en la acción de Boquerón: De la 1ª División: R.I.4 Curupayty; R.I. 2 Ytororó; R.C. 2 Cnel. Toledo; B.Z.1 Gral. Aquino; G.2.A. Gral. Bruguez, y el R.I. 6 Boquerón. Un total de tropas combatientes y servicios: 7.565 hombres. De éstos, la cintura exterior con misión defensiva la constituían: hacia Yujra, el R.I. 3, fuerte de 1.000 hombres; hacia Pozo Valencia, un Escuadrón fuerte de 120 hombres. En realidad, para el ataque al reducto fortificado se disponía de las siguientes unidades: el R.I. 4; el B.Z. 1 1/R.I.2; el R.I.1; el R.I.6; la Artillería del Cuerpo, un total de 5.740 hombres (Carlos J. Fernández, La Guerra del Chaco: Boquerón, pág. 191).

Beatriz R. A. de González Oddone
26 de Septiembre de 2010.
 
Suplemento cultural del diario ABC COLOR
Domingo, 26 de setiembre del 2010.
Espacio web: www.abc.com.py

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